Introducción
Desde los años finales del siglo pasado, he tenido la suerte de crecer y educarme rodeado del magnífico paisaje montañoso del Pirineo. Recuerdo especialmente aquel verano de 1998, un día nublado y fresco, donde la galopante “gabacha” recorría el cordal de la divisoria entre la vertiente francesa de Gavarnie y la vertiente española de Ordesa. Junto a mis padres y abuelos, habíamos alcanzado la cumbre del Taillon (3 144 m), conocida mole calcárea que en aquel entonces era refugio de un pequeño glaciar en relativo equilibrio en su cara más sombría, en las cercanías de la icónica Brecha de Roland.
Fue a partir de ese día, cuando comencé a conocer los glaciares del Pirineo, más entonces como montañero que como geógrafo. Quedé tan fascinado por los paisajes de la alta montaña pirenaica y tan intrigado por sus causas y elementos que, a finales de aquellos noventa, me preguntaba cómo era posible que esas “manchas” de nieves perpetuas y hielos agrietados perdurasen de forma continua. En la segunda década del presente siglo, cuando empezaba a sentirme aspirante a geógrafo, es cuando tuve las primeras oportunidades de poder comenzar a entenderlos. Lo hice recorriendo gran parte de la alta montaña pirenaica, rodeado de mapas, fotografías históricas y publicaciones científicas que comenzaban a proliferar, siguiendo los pasos del ilustre geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, que al mismo tiempo eran los de numerosos naturalistas y pirineístas que habían recorrido esa cordillera transfronteriza durante muchas décadas. Gracias a Juanjo González Trueba y Enrique Serrano aprendí en el campo qué era una morrena, un umbral o un valle en artesa y me habitué así a observar, más allá de mirar, las montañas con ojos de una profesión científica.
El camino iniciado en aquel primer tresmil pirenaico ha seguido hasta hoy, realizando además una nueva ascensión (con motivos científicos) al Taillon a finales del caluroso verano de 2022, donde pude observar con mis propios ojos la degradada situación de aquel glaciar que mantenía en mis recuerdos. Durante mi corta carrera investigadora he podido ir observando con constancia e insistencia, paso a paso, tanto en el campo como mediante el uso de diferentes instrumentos propios de la ciencia glaciológica, los glaciares actuales y sus improntas del pasado en la cordillera pirenaica. La lección, claro está, nunca es completa, pero el conocimiento adquirido y los estudios en los que he participado durante los últimos años generan que, al menos, tenga una experiencia propia del estado actual de dichos glaciares y lo que les está ocurriendo. Por ello, en el presente capítulo voy a hablar de esa experiencia a partir de un punto de vista: el cambio glaciar en el Pirineo como respuesta del cambio climático, o, dicho de otro modo, el cambio climático desde la perspectiva de los glaciares pirenaicos.
La distribución y el ciclo del agua en la Tierra
El agua, que cubre aproximadamente dos tercios de nuestro planeta y le otorga el apodo de “planeta azul”, es un elemento fundamental para la vida en la Tierra. Se encuentra en un continuo equilibrio dinámico, circulando entre distintos reservorios, como los océanos (que albergan el 97% del agua en forma de agua salada), la atmósfera (donde se encuentra en muy pequeñas cantidades, pero de vital importancia) y los ambientes terrestres (donde se encuentra el 3% restante en forma de agua dulce): es un sistema de intercambio conocido como ciclo hidrológico o ciclo del agua1. La mayor parte del agua dulce presenta una distribución geográfica desigual, encontrándose más del 70% en forma de hielo en la criosfera (agua en estado sólido), alrededor del 29% en aguas subterráneas y solo un pequeño porcentaje, aproximadamente el 1%, en ríos, lagos y suelos de nuestro planeta23.
El ciclo del agua describe el proceso mediante el cual las moléculas de agua se desplazan por la superficie terrestre, ascendiendo hacia la atmósfera y retornando, en ocasiones penetrando en el subsuelo (fig. 1). Este inmenso sistema, impulsado por la energía del Sol, constituye un flujo continuo de humedad entre los océanos, la atmósfera y los continentes. Sin embargo, en este viaje, las moléculas de agua también encuentran lugares de reposo, donde se almacenan, ocultan o acumulan para su liberación posterior. Las capas de hielo y glaciares es uno de los lugares donde esta pausa es especialmente pronunciada. Esto se debe a que la formación de nuevos glaciares después de que uno se derrita o desaparezca por completo es un proceso gradual que puede llevar cientos o incluso miles de años de acumulación de nieve y hielo.
La criosfera dentro del sistema climático
Junto con el hielo marino, el hielo en lagos y ríos, la cubierta de nieve y el permafrost, los glaciares y los hielos continentales comprenden la criosfera (fig. 2), derivada de la palabra griega kryo, que se refiere al frío4. La criosfera desempeña un papel fundamental en el sistema climático de la Tierra y requiere atención especial, ya que interactúa de manera significativa en el complejo mecanismo de nuestro planeta. La masa y la energía se intercambian constantemente entre la criosfera y los otros componentes principales del sistema climático; la hidrosfera, la atmósfera, la biosfera y la litosfera.
En el caso de los glaciares y los hielos, su efecto refrigerante es doble. Por un lado, la presencia de hielo glaciar o nieve pura aumenta considerablemente el albedo de océanos y continentes, ya que reflejan prácticamente toda la radiación solar. Por otro lado, los mantos de hielo reducen el intercambio de calor entre el océano y la atmósfera, disminuyendo así la evaporación. Una mayor extensión de los hielos polares implica una menor retención energética, creando condiciones propicias para la expansión del hielo, y viceversa. Se cree que esta retroalimentación positiva explica en parte las velocidades de transición entre periodos glaciares e interglaciares que ha experimentado la Tierra5.
Los extensos mantos de hielo continentales y glaciares han dejado su huella en vastas extensiones de la superficie terrestre, dando forma a paisajes mediante la erosión de rocas, el transporte de sedimentos y la deposición de gruesas acumulaciones de detritos glaciales. Las morrenas, marcadores de antiguos límites glaciares, constituyen valiosas fuentes de información sobre la actividad de los glaciares y los cambios climáticos pasados. Además, los depósitos de hielo en la Antártida, que alberga más del 90% del hielo terrestre, y en Groenlandia, junto con glaciares más pequeños y casquetes de hielo, contienen registros significativos de condiciones ambientales anteriores. La naturaleza misma de los glaciares los hace fascinantes, hermosos, poderosos y salvajes.
Los glaciares de montaña, presentes en diversas cordilleras e islas subpolares alrededor del mundo, actúan como indicadores sensibles del cambio climático. Experimentan fluctuaciones constantes en su volumen y tamaño en respuesta a variaciones de temperatura, acumulación de nieve y otros factores. En las últimas décadas, la disminución global del volumen de hielo ha generado preocupación debido a la reducción de importantes reservas de agua, el aumento de riesgos por inundaciones repentinas y avalanchas, así como cambios en el nivel del mar67. En épocas anteriores, sin embargo, los habitantes de las regiones montañosas sufrieron pérdidas de tierra y vida a medida que los glaciares se expandieron durante la Pequeña Edad de Hielo. Para quienes perdieron sus granjas por el avance del hielo, estos glaciares eran percibidos como amenazantes monstruos. En la actualidad, los glaciares son comúnmente vistos como especies en peligro de extinción, víctimas del cambio climático inducido por la actividad humana8.
Para comprender el comportamiento de los glaciares, resulta útil concebirlos como sistemas con entradas y salidas, así como interacciones con otros sistemas, tales como la atmósfera, los océanos, los ríos y el paisaje circundante. La evaluación de la ganancia y pérdida de hielo en estos sistemas glaciares se denomina balance de masa.
El balance de masa o balance-glaciar
La nieve es el principal componente de entrada que necesitan los glaciares de montaña, la cual acumulándose año a año, se transforma en hielo, comienza a deformarse por la gravedad y así da lugar al movimiento de los glaciares. Además, la mayoría de estos glaciares son temperados, lo que quiere decir que la temperatura del hielo suele estar cerca del punto de fusión, por lo que el agua líquida favorece la lubricación en la base y el deslizamiento de la masa de hielo9.
Sin embargo, en función de la situación y condiciones climáticas de cada cadena montañosa o zona polar se pueden distinguir distintos tipos de glaciares, si bien todos cumplen dos condiciones principales: en la zona alta se acumula la nieve y el glaciar gana masa, mientras que en la zona baja el hielo se derrite y se producen pérdidas a lo que se ha ganado en la parte superior. Esta ecuación básica se denomina balance de masa o balance-glaciar, para la comunidad científica sería el principal indicador de la “salud” de cada glaciar (fig. 3).
Si las condiciones climáticas son adecuadas, parte de la nieve que gana un glaciar en invierno no se fundirá durante la época estival, y así el glaciar ganará masa y eventualmente (tras años de condiciones favorables), se extenderá. Por el contrario, si las condiciones climáticas cambian, es decir si el clima se calienta, la fusión de nieve y hielo se extenderá por toda la superficie del glaciar, y éste se intentará ajustar a la nueva situación. En este caso es posible que el glaciar tenga problemas de supervivencia.
Los últimos glaciares del Pirineo: centinelas pirenaicos
En la actualidad, el mayor grupo de glaciares más meridionales de Europa está en los Pirineos, encontrándose además en una frontera climática que acelera más aún su decadencia (fig. 4). Como un termómetro variable de la cadena montañosa, estos destacados elementos geográficos de la alta montaña son muy sensibles a las condiciones ambientales10. También son responsables, junto con otros procesos geológicos, del trabajo realizado durante los últimos miles de años para “pacientemente esculpir” el paisaje modelado que hoy podemos observar y disfrutar. Son, por tanto, símbolos de la alta montaña pirenaica, ya que, además de los valores naturales mencionados, también interactúan con los ecosistemas de la zona alta y conforman un significado cultural en el patrimonio e historia de esta cordillera transfronteriza1112. Diríamos que para los montañeros son también un símbolo sentimental de la alta montaña.
Los glaciares actuales están “confinados” en los sombríos circos de los macizos más altos de la cadena pirenaica13. El más occidental es el glaciar de las Néous, cada vez más pequeño, en el macizo de Balaitous, y el más oriental, el pequeño glaciar d’Arcouzan que perdura en la ladera noreste del Mont Valier (Ariège). Por el contrario, el glaciar más grande sigue siendo el de Aneto, de 40 hectáreas (ha), pero nada tiene que ver con la superficie del grueso glaciar que seguían los montañeros del siglo pasado para llegar a la cúspide de los Pirineos14.
Marcado retroceso desde la Pequeña Edad de Hielo
El retroceso y pérdida de dinamismo de los glaciares pirenaicos coincide con la transformación progresiva que se ha estudiado en otras cadenas montañosas que actualmente no cuentan con glaciares, como por ejemplo en los Picos de Europa y los Apeninos15. La Pequeña Edad de Hielo fue una oscilación climática de escala global relativamente más fría que se produjo entre los siglos XIV y XIX, en el que los glaciares ganaron masa y superficie, extendiéndose también unos cientos de metros hacia abajo16. En las últimas décadas de este periodo, los primeros naturalistas y pirineístas comenzaron a visitar el Pirineo; documentando, dibujando y capturando con las primeras cámaras fotográficas aquellas masas heladas que se extendían a lo largo de los macizos más altos de la cordillera. Las primeras fotografías de Maurice Heïd, Eugène Trutat y Lucien Briet, continuadas después por Abbé L. Gaurier y Juli Soler i Santaló (fig. 5), junto con las numerosas incursiones que realizó Franz Schrader, dieron lugar a numerosos grabados y acuarelas de este último donde se mostraban los glaciares en todo su esplendor, y que después cartografió en un magnífico mapa en acuarela del macizo de Monte Perdido17 (fig. 6).
Al mismo tiempo, el registro sedimentológico para este periodo es muy amplio, siendo numerosas las morrenas y los circos glaciares que se han identificado18, y que ofrecen las evidencias para calcular la extensión total de glaciares durante este periodo (~2.060 ha)19. Desde 1850, se ha perdido el 92% de esa superficie glaciar en los Pirineos, y la mayoría de los glaciares han desaparecido o disminuido hasta convertirse en heleros residuales (hielo glaciar de poco espesor que no tiene movimiento).
En las últimas décadas, además, el retroceso de los glaciares pirenaicos ha sido notable, sobre todo a partir de la década los 80; de haber 39 glaciares, en la actualidad solo quedan 1820. Como es sabido, la temperatura media de la Tierra ha subido 1,1ºC desde la era preindustrial, y este calentamiento climático que hemos incrementado por la acción humana es aún más notorio en la mayoría de las zonas de alta montaña y regiones polares, por lo que los Pirineos (con un aumento de 1,5ºC) son también un ejemplo de ello21.
Trabajo de campo transfronterizo mediante el uso de nuevas tecnologías
En este contexto, la colaboración con el grupo de investigación CryoPyr del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) de Zaragoza está siendo intensa y fructuosa durante los últimos años. Asimismo, mantener colaboraciones puntuales con compañeros franceses de centros como CESBIO y LEGOS en Toulouse y la Association Moraine de Bagnères-de-Luchon nos aporta una visión transfronteriza de un elemento geográfico todavía icónico de la cordillera.
Nuestro objetivo principal consiste en monitorizar el estado (balance de masa) de los glaciares que quedan en la actualidad y sus cambios. Para ello, llevamos varios años consecutivos (desde 2020 en adelante) realizando trabajos de campo en los macizos más altos de la cordillera. Con la ayuda de vehículos aéreos no tripulados (drones) y el láser escáner terrestre conseguimos generar modelos de relieve de muy alta resolución (~20 cm) que permiten realizar el seguimiento de los cuerpos de hielo. Si a esto le añadimos la incorporación del georadar (para medir el espesor de hielo) en algunas de las campañas, podemos llegar a cuantificar de forma muy precisa los cambios de superficie y volumen de los últimos glaciares pirenaicos (fig. 7).
Entre 2011 y 2020, los glaciares del Pirineo, clasificados como glaciares muy pequeños porque todos ellos tienen una extensión menor a 50 ha, se redujeron en extensión casi una cuarta parte (-23,2%) respecto a la superficie que tenían en 2011; al mismo tiempo, la pérdida de espesor de hielo fue de -7,2 m promedio, es decir, los glaciares del Pirineo adelgazaron a una tasa de -0,8 m por año22. Estos resultados muestran el estado crítico y vulnerable en el que se encuentran, ya que están en un importante desequilibrio con las actuales condiciones climáticas de la región. Aún así, si bien su evolución está principalmente controlado por el calentamiento climático regional23, también hay que tener en cuenta la influencia que generan los factores topográficos locales (configuración del circo, acumulación de nieve a sotavento, etc.) y los procesos geomorfológicos (fusión del permafrost de pared, caídas de rocas que recubren el hielo, etc.) en la “más favorable” o desfavorable protección de los glaciares24.
Tras el verano de 2022 la fusión se acelera
Un aspecto importante del cambio climático actual es la ocurrencia de olas de calor más frecuentes e intensas que afectan no solo durante el verano, sino también a las estaciones intermedias como la primavera y el otoño, y cuya duración se ha incrementado en las regiones montañosas2526. Las temperaturas más altas durante las estaciones de primavera y verano derriten la capa de nieve que cubre los glaciares de montaña antes, haciendo que una superficie de hielo más oscura y desnuda se derrita cada vez más rápido, aumentando así la pérdida de masa al final del verano27. El año 2022 se caracterizó por la prolongación de olas de calor extremas a lo largo de Eurasia y Norte América28, lo cual repercutió notablemente sobre muchas regiones montañosas donde aún se conservan glaciares, como es el caso de los Alpes, y demostrando su impacto directo en forma de eventos extremos de fusión en los glaciares alpinos29. De hecho, quedo evidenciada la vulnerabilidad de la alta montaña bajo situaciones extremas, teniendo como ejemplo el trágico desprendimiento de una parte del glaciar de la Marmolada (fig. 8), situado en las Dolomitas (Italia).
En el Pirineo, las olas de calor más extremas establecieron nuevos récords de temperatura (más de +3ºC) para los meses de mayo, julio y octubre, mientras que los meses de junio y agosto presentaron también una fuerte anomalía con +3ºC y +1,7ºC respectivamente30. Comparando con los anteriores 700 años, la climatología del verano de 2022 no tiene precedentes en la vertiente meridional de la cordillera, con una anomalía extrema que excede los +3,5ºC31.
Todo esto generó que la ya de por sí escasa cubierta de nieve invernal se fundiera prematuramente, provocando que los glaciares del Pirineo se quedasen sin su capa protectora para comienzos del verano (fig. 9). El resultado fue trágico: la pérdida de volumen se triplicó y la reducción de la superficie glaciar también fue considerable.
Glaciares pirenaicos en “peligro de extinción”
Las últimas mediciones muestran que la superficie de los glaciares pirenaicos es de 170,5 ha en 2022, mientras que se extendían en 302,4 ha en 2011 y 238 ha en 2020. En poco más de una década (11 años) se han perdido alrededor de 130 ha, es decir, casi la mitad de lo que había en 2011. Asimismo, el retroceso más allá de reducirse, se ha acelerado en los últimos años; sobre todo, por el efecto de un año hidrológico bastante seco y extremadamente cálido como fue el 2021/2022.
Entre 2011 y 2020, la tasa de disminución del área glaciar era de -2,0% por año de media, mientras que para el último periodo (2020-2022), la tasa aumenta a -6,9% por año. Esta disminución es más visible en los glaciares más grandes (de más de 10 ha) del Pirineo, como Ossoue (Vignemale), Aneto y Maladeta oriental, indiciando que son más sensibles a las condiciones climáticas y, por tanto, muestran un mayor control climático. El glaciar de Monte Perdido, aunque muestra una disminución moderada en su área, ha experimentado una división en dos partes en su cuerpo inferior después del verano de 2022. De manera similar, el pequeño glaciar de Boum se ha fragmentado en tres partes, exhibiendo características típicas de glaciares muy pequeños que muestran signos de procesos superficiales indicativos de la degradación glaciar hacia helero (fig. 10). En esta línea, después del verano de 2022, cinco nuevos cuerpos de hielo (Astazous, Barroude, La Paúl, Boum y Barrancs) se han añadido a lista de glaciares degradados a heleros del anterior periodo 2011-202032.
El criterio para reclasificar un glaciar como helero se basa principalmente en la pérdida de movimiento y dinámica33, identificable a través de una serie de procesos (ausencia de grietas, colapsos por fusión interna, incisiones del agua en el hielo, etc.), y en la disminución de su área de hielo continuo por debajo del umbral de las 2 hectáreas34.
Muchos de los glaciares más pequeños (de menos de 10 ha) también presentan procesos de degradación en curso y características muy débiles de dinámica glaciar (movimiento) al final del verano 2022 (por ejemplo, Oulettes, Gabietous, Taillon, Pailla occidental, Munia, Portillon d’Oô y Maladeta occidental), indicando su situación extremadamente crítica. Estos pequeñísimos glaciares se encuentran confinados en las zonas más sombrías y elevadas de los circos, es decir, están notablemente condicionados por la topografía circundante y, por tanto, por el control topoclimático3536. Aun así, tras un verano extremadamente cálido como 2022, todos ellos han sufrido pérdidas significativas.
En cuanto al cambio de espesor de hielo se refiere, entre 2020 y 2022 los últimos glaciares del Pirineo han sufrido un adelgazamiento medio de -4,2 m, elevando la tasa anterior de -0.8 m por año (2011-2020) a -2,1 m por año (2020-2022)37. Asimismo, las mediciones disponibles para el periodo 2021-2022 (en los glaciares de Infiernos, Monte Perdido y Aneto) indican las pérdidas extremas en el espesor de hielo tras el verano de 2022, rompiendo todos los récords previos con un promedio de -3,4 m en un único año hidrológico. Hasta la fecha, no se habían observado pérdidas por encima de -3 m por año38. Las previamente mencionadas anomalías positivas y extremas de la temperatura durante el verano de 2022 provocaron que la duración del período de fusión fuese más extensa e intensa, tal y como reflejan las observaciones del glaciar de Aneto (-3,2 m entre 2021-2022)39. En este caso, el glaciar más grande de la cordillera, separado anteriormente entre el cuerpo secundario (hoy en día helero) y el principal todavía glaciar continuo), está a punto de dividirse en varios cuerpos de hielo desconectados y estas nuevas divisiones provocarán la aceleración del proceso de fusión en el futuro (fig. 11).
Otro icónico glaciar, como es el de Ossoue (23 ha en 2022) en el macizo de Vignemale (fig. 12), muestra las mayores pérdidas de espesor durante el último periodo 2020-2022: -6,4 m promedio y diferencias máximas que exceden los -20 m. Estas pérdidas son similares a las mediciones realizadas por P. René de la Association Moraine mediante el método tradicional de balance de masa40.
A partir de las investigaciones llevadas a cabo en equipo, y tras años extremadamente cálidos como 2022 y, recientemente, 2023, podemos observar que los últimos glaciares del Pirineo no cuentan con zonas de acumulación de nieve41. Es decir, toda la nieve que ganan en la temporada invernal se derrite en verano y continúa fundiéndose el hielo, lo que se traduce en la pérdida del espesor de hielo (adelgazamiento) de los glaciares y una posterior disminución de su superficie. Este es un síntoma significativo de que los glaciares no pueden sobrevivir en las actuales condiciones climáticas de los Pirineos42. Incluso en la actualidad, hay una serie de pequeños glaciares que ya muestran signos de falta de dinamismo y movimiento (ausencia de grietas, afloramientos de rocas, divisiones) por lo que su transición, de glaciares a heleros sin movimiento, es ya inminente43. En conclusión, si las tasas actuales de adelgazamiento y retroceso persisten (acentuados además por los últimos dos años consecutivos), el conjunto de los glaciares de la cadena montañosa se encontraría en peligro de desaparición en los próximos 10 años. De esta manera, el Pirineo se convertiría en una de las próximas cordilleras del mundo sin glaciares.
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