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Los “moros” en el proyecto imperial manuelino en África

El dominio portugués sobre los territorios africanos y asiáticos se hizo eco del sueño imperial del rey Don Manuel I (1495-1521), conocido como el Venturoso por las improbables circunstancias de su ascenso al trono. Los planes de este monarca para unificar la cristiandad bajo sus auspicios condujeron a la conquista portuguesa de numerosos territorios musulmanes. El rey había expulsado formalmente a judíos y musulmanes del reino en 1497, mientras que la expansión en ultramar abarcaba nuevas poblaciones musulmanas, judías y paganas. Las concepciones de la suzeranía y la soberanía cristianas debían articularse a la incipiente realidad del imperio. La Corona se enfrentó al reto de gobernar poblaciones no sólo de gentiles que debían convertirse al cristianismo, sino también de infieles hostiles al catecismo. El papel de estos “enemigos de Cristo” en la expansión de Portugal merece mayor atención, en particular su posición como agentes de este proceso y sus apropiaciones de las propias categorías imperiales. Esta investigación explora la comprensión de los vasallos y súbditos musulmanes de la órbita imperial del proyecto manuelino, tal y como se expresa en las cartas escritas en árabe y portugués aljamiado al monarca en el norte de África y en la costa suajili.

Desde la reconquista hasta la conquista del Océano Índico, los portugueses albergaron una hostilidad patente hacia el Islam, o desde su punto de vista, hacia lo “moro”:

“Al apetito, y a la necesidad, de botín, se sumó el odio atávico del ‘moro’ que se desencadenó en el primer contacto de los portugueses con el mundo islámico en el Océano Índico1.”

Esta repulsión al Islam recaerá sobre aquellos que los portugueses identifican con “la secta de Mahoma” (Mafamede) y

“las poblaciones de las ciudades costeras de África Oriental pagaron en 1505 y 1507 el viejo resentimiento que la conquista árabe había legado a los hispanos2”.

Como señala Resende, el discurso de cruzada manuelino estaba vinculado a un proyecto de consolidación política de Portugal en relación con la cristiandad europea, en el que el discurso antimusulmán desempeñaba un importante papel de afirmación del poder real y proyectaba la retórica de la Reconquista ibérica a escala planetaria3. Aunque la práctica apenas se ajustó al ideal, la construcción discursiva de la expansión de Portugal configura a los ‘moros’ como la antítesis del héroe conquistador, puesto que

“aparecen en todas estas narraciones como los enemigos de la presencia portuguesa, ya que esta pone en cuestión su supremacía en aquellas partes4”.

Como criticó Luís Filipe Thomaz, el proyecto de expansión marítima portuguesa se suele tratar como un proceso lineal y preestablecido desde el principio5. En primer lugar, hubo un plan de conquista de Marruecos que animó las primeras navegaciones como parte de un proyecto de asedio marítimo del territorio musulmán y de alianza militar con el legendario rey Preste João, quien se encontraría poco más adelante y dispuesto a completar el asedio de los territorios islámicos centrales. Las bulas papales y los tratados con Castilla aseguraron a los portugueses el monopolio de la exploración de África entre mediados del siglo XV y la penúltima década del mismo siglo. Con este dominio casi indiscutible de la costa atlántica africana, el comercio en esta región se convirtió en un nicho privilegiado para Portugal, especialmente para los sectores mercantiles y sus aliados genoveses y florentinos.

En la segunda mitad del siglo XV se añadió otro proyecto a la estrategia de dominación de la costa africana: la conquista del sultanato mameluco, que también llevaría a reconquistar Jerusalén para la cristiandad. Paralelamente a la bifurcación de los planes de conquista territorial, los proyectos de expansión mercantil y naval se dividieron en dos líneas: una que buscaba el fortalecimiento de la talasocracia portuguesa en el Atlántico y otra que planeaba la extensión de las redes portuguesas en el Océano Índico6. Incluso durante las cruzadas en Tierra Santa, los intereses comerciales se entrelazaron con la guerra santa. En esa época ya se elaboraron las primeras estratagemas para estrangular económicamente a los rivales de la cristiandad por el control de Jerusalén: el bloqueo del Mar Rojo. Sin embargo, aparte de las dificultades prácticas para llevar a cabo tal asedio naval, también habría privado a los mercados europeos de las riquezas que llegaban de los mares de Oriente a Egipto y a Levante, particularmente las especias de la India y de más allá. Con los avances en la navegación oceánica por parte de los portugueses, la estrategia de un antiguo asedio marítimo al Islam adquirió una dimensión mercantil gracis a la posibilidad de abrir otra ruta para las especias asiáticas, ya fuera por la vía occidental (como para Toscanelli, el cosmógrafo florentino, y más tarde para Colón), o por la circunnavegación de África, política que el rey Don João II prefirió adoptar. Así comenzaron a formularse en las últimas décadas del 1400 los planes para llegar a la(s) India(s) y tener acceso directo a sus riquezas, sin intermediación musulmana. El objetivo era también encontrar a soberanos cristianos, que «naturalmente» estarían dispuestos a unirse a los portugueses y al resto de la cristiandad.

Aun así, la penetración en estos nuevos espacios poblados a través de grandes distancias requería algún tipo de acomodación local, ya fuera con los paganos o incluso con los “moros”. Incluso imbuidos de un sentido de misión religiosa, los portugueses encontraron una alteridad que no se ajustaba a sus ideales y que dio lugar a intrincadas hibridaciones de prácticas tanto culturales como políticas. Las conquistas los sumergieron en entornos sociales cada vez más diversos, que obligaban a la convivencia y a la connivencia con formas de pensar y actuar contrarias a los dogmas de la Iglesia, con el fin de realizar tanto los objetivos más inmediatos como aquellos de más largo plazo para la victoria de la cristiandad. Esta realidad se extendería en diferentes medidas por todo el imperio, llegando a desplegar poderes paralelos a los de la Corona. Desde las asociaciones temporales hasta los acuerdos más duraderos, desde la cooperación horizontal hasta la sumisión vertical a la autoridad central, los imperios recurrieron a diversas articulaciones del poder en la administración de sus partes. La dimensión más formalizada, con sus jerarquías y leyes, se solapa con otras formas de gobernar la sociedad y las relaciones económicas, pero nunca las elimina por completo. Como señala Mawlyn Newitt, toda estructura imperial necesita una red «informal» más amplia:

“Todos los imperios, y no menos el de Portugal, funcionan dentro de una compleja red de relaciones económicas, culturales y políticas: las redes del imperio informal, sin las cuales las estructuras oficiales del imperio formal nunca podrían funcionar7.”

En un imperio “escrito sobre el agua” como el portugués8, la esfera “formal” del poder real podía limitarse simplemente a una serie de fortalezas y factorías que salpicaban una inmensa ruta transoceánica. Sin embargo, no hay que olvidar la fuerza y el impacto de las formas más indirectas e “informales”. La formalidad y la informalidad no son divisiones categóricas, y mucho menos dicotómicas, sino que representan puntos en un amplio espectro de proximidad y distancia en las relaciones de poder con las instituciones del imperio y la autoridad real9. La articulación de acuerdos, alianzas y votos de obediencia fue una estrategia frecuentemente favorecida por la Corona y aún más por los sectores más mercantiles de la corte. En determinadas épocas y regiones, esto resultó muy eficaz para la extracción de recursos y el sometimiento de territorios más allá de las ciudades y fortalezas costeras. Cada una a su manera, la región del sur de Marruecos y la Costa suajili representan el auge y el declive de una particular política de vasallaje configurada en una noción simultáneamente económica y mesiánica del imperio durante el reinado de Don Manuel I.

Su acceso al trono en 1495, tras la muerte de seis pretendientes mejor situados, dio al sucesor de Don João II el epíteto de “el Venturoso”. Este conjunto de acontecimientos debió reforzar las creencias milenaristas de su educación e inculcarle la sensación de estar predestinado a grandes logros. Parece que Don Manuel estaba fuertemente influenciado por el mesianismo de sus educadores, en particular el joaquinismo de Duarte Galvão, su consejero íntimo. Junto a estos hombres cultos, se formó un sector de la corte que alimentaba la creencia en la gracia divina del monarca, su predestinación y su papel en la lucha contra los enemigos de la Santa Sede, creyendo que estaba imbuido del Espíritu Santo. En esta clave cristiana mesiánica, el rey de Portugal veía como su misión la unificación de la cristiandad, la conquista del reino de Fez, la toma de Jerusalén, la destrucción de La Meca y el sometimiento final del Islam. Su sueño era, pues, convertirse en emperador de la cristiandad, al menos en Asia. Sin embargo, el interés por la dominación directa no era tan central en este proyecto global. Su noción de imperio no contemplaba el ejercicio de una autoridad directa, sino que se ajustaba mucho más a las jerarquías de poder más indirectas entre soberano y vasallo que habían existido durante siglos en Europa Occidental:

“Por lo que sabemos, D. Manuel no abrigaba sueños de conquistas militares en Asia. Apreciaba la idea de convertirse en Emperador del Este, con la intención – con toda probabilidad – de asumir ese título después de caer Jerusalén en sus manos; e intentó actuar como un emperador en el sentido medieval de la palabra, si bien en realidad no asumió el título. Esto significa que sentía que se le había confiado una misión universal, fomentar la equidad, la paz y la supremacía de la fe cristiana. Pero un diseño tan global dejó poco espacio para un gobierno efectivo: y de hecho, las instrucciones de D. Manuel a sus agentes en la India muestran claramente que estaba preocupado por la suzeranía en lugar de soberanía. Como habían hecho los reyes de León y Castilla desde el siglo XI en el contexto de las llamadas taifas musulmanas en la península ibérica, trató de someter a los sultanes musulmanes de África Oriental al pago de parias, un tributo que significaba el reconocimiento de la supremacía cristiana10.”

Para Luís Filipe Thomaz, la falta de referencias al proyecto manuelino en las fuentes coetáneas muestra, en realidad, su visión a largo plazo y su discreción frente a los enemigos musulmanes, como los mamelucos, y los rivales cristianos, como Castilla y Venecia11. Tras el regreso de Vasco de Gama de su viaje de exploración a la India en 1499, el espacio de proyección imperial manuelino, frente a un mundo “atravesado” por el Islam, se dividió en dos: el Occidente atlántico y el Oriente indio. Dos ejes fundamentales, sobre todo para mantener las navegaciones entre el Reino y las partes orientales del Imperio, eran la costa atlántica de Marruecos y la costa suajili. Situadas ambas en África, cuya concepción como continente único estaba aún en formación, estas regiones eran plataformas hacia el codiciado Oriente, fuente de suministros para los largos viajes transoceánicos y puntos clave en una intrincada red de intercambios comerciales que Portugal utilizaba para subvencionar su dominio político y económico. Por un lado, el dominio portugués en el norte de África puede dividirse en dos áreas: una en la zona del Estrecho de Gibraltar, con una función principalmente militar, y las zonas sur y atlántica, con funciones más logísticas y comerciales12.

Articulaciones en el Algarve de Além

Tras la conquista de Ceuta, la ciudad bajo dominio portugués quedó embargada y prácticamente desconectada de la economía norteafricana circundante. Los constantes ataques y derrotas militares se sumaron al desastroso panorama. La búsqueda de materias primas llevó a los portugueses más allá del territorio marroquí, en busca de las rutas del oro conocidas desde la época medieval. El acceso directo a los mercados de África Occidental rompería el monopolio islámico sobre este comercio y proporcionaría a los portugueses un acceso más directo al oro de Guinea, así como a otras materias primas. La importancia de las plazas norteafricanas aumentó incluso en su ámbito económico, aunque su asociación histórica como fuente de oro y productos orientales se desmoronó13. Anteriormente, la Península Ibérica servía como centro de dos ejes comerciales, uno desde el sur, procedente de Marruecos, que exportaba hacia el norte cereales extraídos de los abundantes excedentes de las regiones que bordeaban la costa atlántica, a cambio de frutos secos, vidrio, algodón y armamento tanto de al-Andalus como de los reinos cristianos, que también comerciaban con lino y lana de colores desde el Mar del Norte (Francia, Inglaterra y Flandes), el otro eje comercial. El establecimiento de un comercio regular con Guinea a partir de 1455 reavivó los proyectos de adquisición de grano marroquí para el sostenimiento de las fortalezas y plazas portuguesas, buscando una inserción en los mercados regionales de Marruecos14.

Una región resultaba especialmente apropriada para los intereses portugueses: Duquela15. Esta región, uno de los graneros de Marruecos, había sufrido grandes transformaciones desde el siglo XII, con la migración de las tribus árabes de pastores a la región, y muchas tierras agrícolas se habían convertido en pastorales, con sistemas de riego restringidos a unas pocas ubicaciones16. Aun así, los excedentes de producción de cereales siguieron siendo elevados. La estructura de clases en la época de la dominación portuguesa era básicamente bipartita: la élite (o los notables) y el pueblo llano (también llamado “rebaño”). La élite estaba formada por los líderes tribales, los jefes de las órdenes religiosas y los comerciantes ricos (“adinerados”). La estructura oligárquica, fomentada por la instrumentalización política de las poblaciones pastoriles por parte de las dinastías gobernantes, simplificó la administración del poder para los portugueses, al disponer de rivalidades que explotar y de un sistema familiar de alianzas. Los acuerdos y la presión militar condujeron a una serie de concesiones por parte de los soberanos locales para comerciar con cereales con los portugueses.

El dominio portugués dependía de las alianzas con las tribus locales, hasta el punto de que se instituyeron cargos reales para los líderes destacados que cooperaran17. Estos líderes utilizaban una guardia o tropa mercenaria para recaudar impuestos de las aldeas y tribus bajo control portugués y saquear las que estaban fuera de ese control o como castigo por insubordinación. Esta dominación portuguesa en alianza con los líderes locales y tribales se expandió a medida que las expediciones subyugaban más territorios adyacentes, hasta llegar a los límites del poder coercitivo. La relación entre los portugueses y estos jefes militares, aunque cargada de desconfianza y rivalidad, generó un círculo vicioso en el que las partes cooperaron en la explotación mediante impuestos onerosos de las poblaciones sometidas y en la depredación de los pueblos rebeldes e insurgentes. Entre los insumisos había cada vez más campesinos y pastores del territorio ya conquistado, que no pagaban los impuestos exigidos o los rechazaban abiertamente. Toda esta anarquía generó un ambiente de caos social, que comprometía el propio interés central de la Corona en mantener el flujo comercial en la región18.

La dependencia generada por este importante nodo del imperio marítimo portugués resultó ser una de las bases del circuito ultramarino: la costa atlántica marroquí y sus adyacencias fueron uno de los fundamentos de la presencia en Costa da Mina, un mercado de oro y esclavos19. Aunque estaba más directamente vinculado a la cadena de suministro de granos y productos básicos marroquíes, no era el estatus del fuerte de São Jorge da Mina lo que estaba en cuestión. En la intrincada red imperial portuguesa, la continuidad de las posesiones en el norte de África chocaba con la de los dominios en las Indias Orientales y, en consecuencia, con el papel de los portugueses en el lucrativo comercio de especias. Diferentes sectores de la corte debatieron a favor de priorizar una u otra parte del imperio, especialmente los más interesados en la conquista territorial contra los que tenían intereses más mercantiles20.

Según Earnest W. Porta Jr, los portugueses establecieron administraciones semifeudales en las ciudades ocupadas y transformaron los espacios dentro de estas para que sirvieran mejor a los propósitos de la colonización europea, en particular estableciendo líneas seguras con acceso al mar21. A falta de un campesinado feudal o de mano de obra esclava para la cosecha de grano bajo control portugués, impusieron acuerdos de tributo a las poblaciones musulmanas locales, en los que la negativa a cooperar equivalía a una rebelión y suponía el riesgo del uso despiadado de la fuerza militar. Los colaboradores musulmanes se conocieron con el término “moro(s) de paz” y participaron en la expropiación de la mano de obra local. A menudo incapaz de igualar la fuerza militar portuguesa, el éxito de la resistencia musulmana se basó en gran medida en la emigración de las zonas bajo influencia de la Corona y en el desvío del comercio de los territorios ocupados.

El papel y el interés de la nobleza portuguesa en la empresa marroquí fueron fundamentales. Estos nobles estaban imbuidos de una cultura caballeresca que impregnaba sus relaciones con la Corona e incluso con sus aliados musulmanes marroquíes22. Dicha actitud no estaba exenta de contradicciones, ya que una parte central del ideal de nobleza heredado de la Reconquista era precisamente la lucha contra el “moro infiel”. Las incursiones contra los “moros” (almogaveiras o rebatos) era una práctica que no sólo aportaba botín sino también honor y posible elevación de estatus como servicio al rey23. Además, el norte de África (el Algarve de ultramar) era entonces el espacio por excelencia de la guerra santa para la cristiandad en general, y más particularmente un terreno de práctica militar, como explicó Jean Aubin:

“Para la nobleza, «El Algarve de más allá» es el teatro tradicional del valor caballeresco. Pasar un tiempo allí forma parte del plan de estudios de los jóvenes fidalgos que vienen a formarse en las armas luchando contra el moro24.”

Pero no sólo en la metrópoli o entre los nobles terratenientes el imperio portugués estaba sujeto a ser remodelado para adaptarse a intereses facciosos o particulares. Incluso los súbditos musulmanes utilizaron la grandiosa retórica de la Corona para garantizar su posición en este supuesto orden mundial, sobre todo ante la disputa con los rivales locales y los agentes portugueses. El propio rey Don Manuel se empeñó en informar a sus súbditos, vasallos y aliados de sus pretensiones universales, expresadas en un conjunto de epítetos. La primera serie de títulos ya había sido conferida a los reyes anteriores: “Rey de Portugal, Rey del Algarve, Aquí y Allá, Señor de Guinea”. A la vuelta de Vasco da Gama de Oriente, en 1499, Don Manuel añadió a sus atribuciones una larga titulación que expresaba más claramente sus ambiciones imperiales: “y [Señor] de la conquista y de la navegación y del comercio de Etiopía, Arabia, Persia e India”. El uso parcial o completo de estos títulos está presente en prácticamente toda la correspondencia árabe marroquí dirigida al rey. La propia cancillería real ya presenta una versión árabe de los títulos a los súbditos arabófonos en una carta del rey Don Manuel de 1504 dirigida a la población de Azamor, ciudad entonces en régimen de vasallaje a la Corona portuguesa:

Fig. 1. Carta del rey Don Manuel a los residentes de Azamor, 22 de abril de 1504. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.2-01, anverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2761.

“Nosotros, Don Manuel, por la gracia de Dios, rey de Portugal y de los dos Algarves, señor [de Guinea], dueño de los climas occidentales, de las ciudades, de las islas y de los mares, de los climas indios y persas […]25.”

Azamor era una de las ciudades de la costa atlántica de Marruecos con la que ya se habían establecido acuerdos de vasallaje en la segunda mitad del siglo XV, pero no hubo una conquista directa antes de 1513. El comercio era más bien bilateral entre Marruecos y Portugal, con poca o ninguna ramificación hacia los demás dominios de ultramar26. Por otro lado, la región más meridional de Azamor era un importante nodo del comercio establecido con África Occidental. La correspondencia con la Corona revela varios aspectos de las relaciones de soberanía y vasallaje con las élites locales, especialmente la dimensión retórica. Sólo tres años después de que Don Manuel adoptara sus grandiosos títulos de pretensión imperial, los notables de la comarca de Xarquía no parecían aún familiarizados con las recientes proyecciones más globales de la Corona:

Fig. 2. Carta de los notables de Xarquia al rey Don Manuel, diciembre de 1502. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.2-54, anverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2762.

“¡Alabado sea solo Dios! No hay más maestro que Él, no hay ser más adorable que Él. Esta carta está dirigida al príncipe de su pueblo y soberano de su país, Don Manuel, por la gracia de Dios Altísimo, Rey de Portugal y de los dos Algarves y Señor de Guinea de las [¿dos?] minas27.”

Fig. 3. Carta de los notables de Xarquia al rey Don Manuel, diciembre de 1502. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Colecção de Cartas, 891.2-54, reverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2762.

“A la mano del príncipe de su pueblo, el sultán de Portugal y los dos Algarves28.”

La subregión de Xarquía se extiende desde el sur de Azamor hasta el este de Duquela y estaba vinculada al comercio portugués en África Occidental. Al igual que el resto de la costa sur de Marruecos, las primeras relaciones de Portugal con este territorio consistieron en asegurar condiciones favorables para los comerciantes portugueses y exigir el reconocimiento de la soberanía portuguesa con el pago de un tributo anual29. El interés de los portugueses en este lugar y en el resto de Duquela se intensificó con la exploración del África subsahariana, ya que proporcionaba importantes mercancías (como los textiles) que servían de moneda para adquirir oro y esclavos en el Golfo de Guinea y la Costa de Marfil. Tal vez esta relación era lo suficientemente conocida como para que la mención de estas regiones en las cartas, como la mencionada, se debiera a la conciencia de las conexiones transregionales existentes bajo el dominio portugués y no a una mera formalidad. En cualquier caso, se observa que, incluso antes de cualquier sumisión directa, los interlocutores marroquíes ya estaban familiarizados con el lenguaje ceremonial y los títulos que se atribuía el monarca portugués.

Entre la primera y la segunda década del siglo XVI, se intensifican las relaciones con la costa atlántica marroquí y se da un giro hacia una política de conquista de las ciudades portuarias para ejercer allí una autoridad más directa. Este cambio es inseparable de los designios imperiales de Don Manuel, en particular del proyecto de conquista de Fez30. El paso inicial en la toma de territorio urbano fue el establecimiento de una fortificación. En Safim, importante puerto de salida de las zonas cerealistas de Duquela y Enxovia, la construcción de la fortaleza supuso la explotación de rivalidades e intrigas entre las distintas facciones de la ciudad hasta el eventual control directo mediante la imposición de la fuerza del cañón. Frente a los abusos de los agentes de la Corona, el protocolo de trato con el rey pasó a un segundo plano ante las quejas, recursos y reclamaciones más urgentes. Las quejas contra el capitán responsable de la conquista de Safim, Diogo de Azambuja, se dirigieron a Don Manuel en una carta con varias firmas de los habitantes de la ciudad. Era un llamamiento a la justicia y al restablecimiento del orden para que los habitantes que habían huido del caos y la opresión pudieran volver a la ciudad y reanudar sus actividades. El texto comienza con una referencia a la justicia divina en lugar de la más típica glorificación del rey con las bendiciones que Dios le había proporcionado:

“¡Alabado sea solo Dios! A Él volverán todas las cosas; será necesario comparecer ante Él y nadie podrá escapar a su juicio. De Él viene el consuelo en tiempos de prueba. A nuestro señor y maestro, el rey Don Manuel, que Dios le guarde31.”

Fig. 4. Carta de los ciudadanos de Safim al rey Don Manuel, 2 de julio de 1509. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.2-48, fol.4, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2764.

Este tipo de apelación al rey no era en absoluto exclusivo de los territorios controlados directamente por Portugal, sino que era un recurso también de las localidades vasallas, como Meça, una ciudad en las proximidades de la región de Sus. En 1510, se envió desde allí una carta al rey Don Manuel en la que los notables urbanos agradecían el envío de ayuda militar en forma de 50 caballeros, informaban del saqueo de un cargamento por parte de los castellanos y de la recuperación de la mercancía, se quejaban de la confiscación de un esclavo negro enviado a la isla de Madeira y, sobre todo, pedían justicia contra un judío que había asesinado a un musulmán pero se había refugiado entre los portugueses:

“Esta carta está dirigida por los habitantes de Massa, todos ellos sin excepción, ancianos, hombres de mediana edad y jóvenes, a su invitado, el sultán de los dos continentes y de los climas y tierras que Dios ha puesto bajo su dominio – Dios sea alabado por los favores que le ha concedido –, el sultán Don Manuel, a quien Dios perpetúa el poder y el honor. Le escribimos varias cartas [sobre esto], pues nos habíamos convertido en objeto de burla en la tierra de los musulmanes: «Esta gente», decían, «decía estar bajo la protección del cristiano». Alabado sea Dios, se han convertido en lo que tú ves: ya no tienen tu propiedad ni tu religión. […]”

“[…] Entonces diez caballeros de entre nosotros, tomados de entre los notables del país, acompañados por Ba ‘Azzi, portador de su bandera y de la real cédula escrita por su Majestad, los pusimos en la silla de montar; los arrastramos y entramos en la casa [de Yuan Lopes] con él [Ba ‘Azzi], y presentamos la cédula a alguien que la leyó, con el sello de su mano. Entonces el judío que Juan Lopes había dejado en la casa, llamado Ibn Zamirun – ¡Dios lo maldiga! –, se levantó y juró por su religión: “Este judío no se irá y no recibirás nada de nosotros, aunque el rey venga contigo personalmente. Este lugar pertenece a Juan Lopes, que lo conquistó con su brazo y su dinero. El rey no tiene autoridad ni medios de acción allí”. Entre los comerciantes genoveses del país y entre los musulmanes se extendió la noticia de que el sultán no tenía ningún poder ni autoridad sobre la casa, sino que ésta pertenecía a los que se rebelaban contra él. Así que volvimos apenados y avergonzados, por lo que habíamos dicho de su buena actitud y conducta […]32.”

Fig. 5. Carta de los notables de Meça al rey Don Manuel, 6 de julio de 1510. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.2-43, anverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2765.

La carta muestra que la invocación de la autoridad real de la Corona portuguesa era también un recurso para las poblaciones vasallas y tributarias, ya que los portugueses que vivían en estos territorios estaban fuera del alcance del poder local. Es evidente que los notables tratan de presentar el desafío a la autoridad del rey no sólo como algo puntual, sino con ramificaciones que implican a los rivales cristianos europeos, como los genoveses. La implicación era que la soberanía de Portugal allí dependía de la afirmación del poder real sobre sus súbditos directos, de modo que la relación entre las partes sería mutuamente beneficiosa y, por tanto, también resistiría las presiones externas. Era responsabilidad del rey asegurarse de que sus vasallos y aliados musulmanes no sufrieran abusos por parte de los súbditos cristianos e incluso judíos. Esta subordinación podía reportar ventajas a algunos sectores de la élite local, pero al mismo tiempo formaba parte de una guerra religiosa contra los “moros”. La correspondencia de la época se refiere con frecuencia a esta contradicción fundamental.

Posiblemente la figura más destacada entre los “moros” al servicio del rey de Portugal fue el alcalde bereber Sidi Yahya U Ta‘fuft. A pesar de las restricciones formales, se convirtió en el representante directo de Don Manuel I en Duquela y sus alrededores, colocando al propio gobernador portugués en una posición secundaria33. La correspondencia demuestra la intensidad de este vínculo directo entre el rey y su vasallo “moro”. Como musulmán, nunca pudo ser plenamente aceptado como un igual por los fronterizos, cristianos embriagados de espíritu de cruzada34. Ni siquiera la intervención real pudo interponerse entre este sentimiento de hostilidad al infiel compartido entre los pares nobles. Sin embargo, no sólo fueron los cristianos portugueses los que acosaron a Yahya, sino también judíos y musulmanes que mantenían un sentimiento de envidia y/o rivalidad política o económica contra su figura. El alcalde de Duquela hizo valer su honor a través de las conquistas y el servicio al rey, pero su éxito fue seguido por una envidia aún mayor. Su noción de dignidad estaba condicionada tanto por los códigos nobiliarios como por los valores de su cultura y sus intereses familiares. En una carta dirigida a un tal Don Nuno, una de las últimas que escribió antes de ser asesinado por sus compatriotas en 1518, expresa su frustración por la contradictoria situación en la que se encontraba:

“Alabanzas a su Dios. Señor D. Nuno, vuestro siervo Yahia Tafufte os informa que desde el día que llegué a esta tierra no he visto placer ni descanso con los cristianos, y mucho menos con los moros. Los moros dicen que soy cristiano, y los cristianos dicen que soy moro, y así estoy en un aprieto, y no sé qué hacer conmigo mismo, salvo lo que Dios quiera, porque encontré la tierra destruida y los árabes y bereberes dispersos, y trabajé hasta reunir a los árabes, y algunos de los bereberes dejaron al rey de Fez, porque corrieron hacia él desde Marruecos y las montañas, y trabajé hasta que los árabes y los bereberes vinieron a trabajar a Duquela para mantener lo que me quedaba con el rey, y sufrí mucho trabajo y mucha guerra, y dejé a mis hijos y mujeres para servir al rey nuestro señor […]35.”

Fig. 6. Extracto de la carta de Sidi Yahya al señor Don Nuno. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.2-44, fol.12, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2766.

A diferencia de la correspondencia con sus vasallos y súbditos, las cartas enviadas por los líderes soberanos muestran un protocolo más abreviado. En estas relaciones diplomáticas más horizontales, reconocer las pretensiones de un rival podía equivaler a una aceptación de subordinación, más aún cuando los títulos del interlocutor se arrogaban el dominio del mismo territorio. En una carta enviada al rey Don Manuel por el sultán de Fez en 1514, el tono es mucho menos pomposo que en los mensajes escritos por los “moros de paz”:

Fig. 7. Carta del sultán de Fez al rey Don Manuel, 27 de marzo de 1514. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Colecção de Cartas, 891.2-09, reverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo.
Autorización: ID 2022PR2767.

“Al Gran Sultán más famoso en su nación y pueblo de su credo, altísimo Sultán.”

Apelaciones desde la costa suajili

Situada en el tramo más meridional del ciclo monzónico del océano Índico, la región de la costa suajili proporcionaba refugio, servicios y productos a los barcos que navegaban hacia – o desde – el mar Arábigo y más allá36. A lo largo de los siglos se habían formado una miríada de ciudades autónomas y hacia el año 1300 se había producido una enorme expansión urbana37. La mayoría de los habitantes de la costa de África Oriental se había convertido al Islam en el mismo período38. Junto con los agentes locales, los mercaderes de las ciudades costeras intercambiaban telas indias en el interior por oro, principalmente, pero también alimentos esenciales para el abastecimiento urbano y, para los mercados orientales, marfil, piedras preciosas, perlas, maderas valiosas, cascos de tortuga, pieles de animales, ámbar gris, cuerno de rinoceronte, plantas medicinales y esclavos. Estos intercambios regionales desde el sureste de África estaban vinculados a una extensa red comercial con ramificaciones hasta el este de Asia. La navegación a lo largo de estas rutas estaba dominada principalmente por mercaderes musulmanes que podían disfrutar de la hospitalidad concedida a los correligionarios en congregaciones dispersas de un rincón a otro del océano Índico. Cada ciudad-estado solía superponer jerárquicamente una red territorial en el espacio costero para evitar la yuxtaposición con otra ciudad rival39. La constante competencia por el acceso a los recursos del interior y el control del comercio marítimo transregional parece indicar que los primeros adversarios de los suajili fueron ellos mismos.

Ya en el primer viaje de Vasco da Gama, estaba claro que la costa suajili era un punto esencial para la presencia portuguesa en el Océano Índico. El éxito de los planes para controlar el comercio en el Océano Índico dependía de la fundación de puestos comerciales en la costa de África Oriental como parada en el largo viaje de circunnavegación de África. Las riquezas, especialmente el oro, que allí circulaban también podían servir de moneda de cambio para las especias procedentes de la India40. Con el codiciado acceso directo a los yacimientos minerales fuera de su alcance, los portugueses pretendían eliminar a los intermediarios de la cadena de suministro. Sustituir a los musulmanes era una tarea que se veía factible en los emporios del continente y ya en el segundo viaje de Portugal a la India, comandado por Pedro Álvares Cabral, se ordenó la construcción de un puesto comercial en Sofala, principal puerto de salida del oro del altiplano interior41. Uno de los principales objetivos de los portugueses era establecer el monopolio del comercio de este metal precioso42. Las ciudades-estado suajili, en particular Kilwa, tenían a Sofala como base de su prosperidad material43. Era necesario, en cualquier caso, utilizar una red de alianzas locales para asegurar el éxito del proyecto de dominación portugués. Los negocios se llevaban a cabo según un protocolo local, con grupos de mercaderes que manejaban el comercio regional bajo la supervisión de los jefes locales. Con un número limitado, los portugueses tuvieron que aceptar esta dinámica y adaptar sus intenciones a las diversas condiciones de actuación existentes en los distintos rincones de la costa suajili.

La hegemonía imperial portuguesa se basaba en una fijación territorial limitada a un puñado de fortificaciones (Sofala, Mozambique y, temporalmente, Kilwa) y se ejercía mediante un sistema de monopolio comercial impuesto a través de tratados, bloqueo naval y represión del “contrabando”44. La sumisión política a la Corona portuguesa podía imponerse mediante la conquista armada, como en Kilwa; o consentirse mediante el pago de impuestos en reconocimiento de la autoridad portuguesa, como en Zanzíbar45. También podía ser a través de alianzas con soberanos de ciudades importantes de la región, como en Melinde, o mediante negociaciones con jefes locales para garantizar la exclusividad comercial, como en Sofala. Esas configuraciones se ajustaron a las prácticas preestablecidas y no supusieron la supresión de intereses y objetivos propios para ninguna de las partes:

“Lejos de significar que renunciaban a sus objetivos, la actitud de los portugueses estaba en consonancia con la práctica habitual de los jefes locales. Mostraba la conciencia de una situación que exigía cambios y ajustes con impacto inmediato en el puesto comercial y en la supervivencia de las personas que vivían y trabajaban allí. En este contexto, la disponibilidad de bienes adecuados y demandados en los mercados africanos locales y regionales era tan importante como garantizar el suministro regular de alimentos al puesto comercial46.”

A través de la vía diplomática con las potencias y reinos locales, los portugueses cultivaron un sistema de alianzas para no poner en riesgo los suministros esenciales de los puestos comerciales47. Esa actuación en la costa suajili demuestra la plasticidad del imperio portugués y cómo las circunstancias cambiaron conjuntamente:

“El dominio colonial portugués reorientó el panorama político del mundo suajili. A finales del siglo XVI casi todos los poderes suajilis estaban sujetos a una sola entidad política: el Estado da Índia con su centro administrativo en Goa. El Estado da Índia gobernó a través de las élites locales, idealmente sultanes flexibles de su elección. Sin embargo, los líderes políticos suajilis también influyeron en la expansión colonial portuguesa48.”

La correspondencia enviada al rey de Portugal expresa esta intercesión de los líderes suajilis sobre el rumbo del imperio portugués en la costa suajili. Un ejemplo es el caso del sultán de Melinde, que decidió acomodarse a las intenciones portuguesas y declaró abiertamente su amistad con la Corona portuguesa desde el primer momento. En la carta en árabe dirigida a Don Manuel, el sultán de Melinde pretende demostrar su subordinación con un exceso de halagos:

Fig. 8. Carta del sultán Ali de Melinde al rey Don Manuel. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.1-20, anverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2768.

“Esta carta se envía al Señor Sultán, Don Manuel, Sultán de Portugal, dueño de Guinea y de los dos Algarves, Señor de las minas [lit. los oros], poseedor de países en tierra y mar, dueño de las islas árabes y persas, con poder para deshacerse de los indios y persas, conquistador de todos los países y ciudades, dueño [propietario] de la tierra auspiciosa, afortunada, protegida y vigilada (es decir, Portugal), residente de un palacio cerrado y brillante que domina el mundo. Ese Sultán que es famoso por sus nobles atributos, y cuyas cualidades firmes y establecidas y su generosidad inclusiva son ampliamente conocidas, y que se enorgullece de agarrar la cuerda del máximo afecto y amor, que se ha esforzado por fortalecer la fe de los cristianos [Islām al-naṣāra], de tal manera que brilla, recogiendo las vestiduras del honor y la gloria49.”

Fig. 9. Carta del sultán Ali de Melinde al rey Don Manuel. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.1-20, reverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2768.

“Al gran sultán, Don Manuel, sultán de Portugal, señor de las minas, dueño de Guinea y de los dos Algarves, conquistador de los climas de los países y de las ciudades, gente de gran gracia, caridad, excelencia, virtud y generosidad, con un ejército y soldados inigualables […]. En sus manos está el bien, la excelencia, la munificencia, la generosidad y la caridad […]. Que Dios lo conserve para siempre, amén50.”

El uso extensivo de los epítetos del rey, y toda su supuesta grandeza, aparece más en la correspondencia de Melinde que en la de otras ciudades, lo que respondía claramente a la estrategia de alianza de la ciudad con los portugueses:

“La Cancillería de Melinde […] parece haber sido totalmente consciente de los pretenciosos títulos que el propio Don Manuel había empezado a utilizar […]51.”

Sin embargo, incluso las alianzas no estaban exentas de costes, ya que los capitanes portugueses que patrullaban las costas acosaban los barcos y los asentamientos costeros. Parte de la estrategia de apelar directamente a la autoridad real, como en el caso del sur de Marruecos, era contrarrestar los dictados de los capitanes portugueses y otros agentes de la Corona que abusaban de su poder local en beneficio propio:

“Estos ejemplos sugieren que las opciones disponibles para los gobernantes de las ciudades-estado de la costa suajili frente al desafío portugués inicial eran todas desagradables hasta cierto punto. Una complicación adicional era que los capitanes y funcionarios portugueses individuales a menudo tenían ideas y proyectos propios, que estaban en desacuerdo con las órdenes reales, así como con las políticas oficiales del Estado da Índia Oriental52.”

Kilwa era una ciudad portuaria central en la economía mundial del océano Índico occidental. Su estratégica posición geográfica, en el límite meridional del sistema marítimo monzónico, la convirtió en objeto de disputas entre potentados y grupos comerciales nativos y extranjeros. La prosperidad de la que gozó esta ciudad hasta el início del siglo XVI no estuvo exenta de consecuencias disruptivas. Desde mediados del siglo XV, se produjo una polarización en las estructuras de poder entre quienes ocupaban los cargos oficiales o el trono y quienes ejercían efectivamente la autoridad política. La llegada de las carabelas portuguesas exacerbó estas fracturas dentro de la sociedad. Con cada nueva expedición, estos nuevos actores se inmiscuyeron más y más en la política interna de la ciudad suajili. Ya en 1505, los desacuerdos entre los portugueses y sus «anfitriones» suajilis condujeron a intervenciones armadas para sustituir al gobernante local por otro más favorable a los intereses de Portugal. El tono más austero en el tratamiento en la carta enviada por el sultán de Kilwa refleja quizás una animosidad latente hacia quienes fueron el origen de tanta adversidad:

Fig. 10. Carta del sultán Ibrahim de Kilwa al rey Don Manuel. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Colecção de Cartas, 891.1-19, reverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo.
Autorización: ID 2022PR2769.

“Al sultán que es munífico, al rey que es grande, Don Manuel, sultán de Portugal, que es como un león, y que está apoyado por Dios y es victorioso. Que Dios prolongue su poder y le dé una larga vida. Que todos los musulmanes se beneficien de su poder, tanto por la mañana como por la noche53.”

Lejos de concentrar sus interacciones en las altas esferas del poder, como ocurría con la figura del sultán, la Corona abrió canales de comunicación directa con la aristocracia local. Esta interferencia estaba relacionada con el hecho de que las funciones gubernamentales en las ciudades suajilis se asignaban a los miembros de las clases más prestigiosas y no a los funcionarios de carrera. Cuestiones como la fiscalidad, el comercio, la justicia y la organización militar se subdividían entre clanes, grandes familias y alianzas. El cambio de régimen provocado por la injerencia portuguesa creó nuevos ámbitos de negociación. Destaca en la carta de cierto jeque Walij de Melinde el reconocimiento no sólo del título oficial del rey Don Manuel, sino de su pretensión de una posición imperial por encima de todas las potencias del mundo:

Fig. 11. Carta del jeque Walaj al rey Don Manuel. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Colecção de Cartas, 891.1-7, anverso,
© Arquivo Nacional da Torre do Tombo.
Autorización: ID 2022PR2770.

“Al sultán Don Manuel, sultán del mundo”

En la carta de un jerife residente en la isla de Mozambique y súbdito del sultán de Melinde, se prescinde de los títulos grandiosos de Don Manuel, pero no de sus pretensiones imperiales, con lo que se busca obtener un salvoconducto para viajar a la India:

Fig. 12. Carta del jerife Muhammad al-’Alawi al rey Don Manuel. Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo,
Colecção de Cartas, 891.1-18, reverso, © Arquivo Nacional da Torre do Tombo. Autorización: ID 2022PR2772.

“Este documento se envía al poderoso señor, el refugio [cueva, lit.] inexpugnable, el gobernante de nuestra época y nuestro tiempo, cuya misericordia no tiene parangón, cuyo poder es ilimitado, se ha oído que da regalos sin que se le pidan. Le he hecho una petición y estoy esperando en silencio. Que se sepa que es el Señor, el Sultán Don Manuel, que Dios eleve su posición.”

Sello: “Del jerife Muhammad al-’Alawi, residente en Mozambique (Musbīh).54

¿“Moros” en un imperio cristiano?

El conjunto de correspondencias analizadas permite vislumbrar algunas de las dinámicas de interacción de los musulmanes con las vicisitudes de la proyección imperial de Don Manuel, como política y como ideal, mostrando que no eran meros sujetos pasivos. Estas interacciones con una potencia cristiana expansionista fueron intrincadas y desiguales, marcadas por las tensiones. Los autores de las cartas en árabe y aljamiado de África, tanto del norte de África como de la costa suajili, buscaron aprovechar las oportunidades ante la situación potencialmente adversa que era la dominación portuguesa sobre sus espacios. Las intrigas y desacuerdos internos desempeñaron un papel tan crucial como las presiones externas de los portugueses, que a su vez también estaban fracturados por divisiones e intereses contrapuestos. Reconociendo la autoridad real y la retórica del imperio, los “moros” súbditos o aliados del rey de Portugal supieron sortear las disensiones entre la Corona y sus agentes.


Fuentes

  • Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Colecção de Cartas, 891.1-7 ; 891.1-18 ; 891.1-19 ; 891.1-20 ; 891.2-01 ; 891.2-09 ; 891.2-43 ; 891.2-44 ; 891.2-48 ; 891.2-54.
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Notes

  1. Aubin 2000, 160: À l’appétit, et à la nécessité, du butin, s’ajoutait la haine atavique du “Maure”, qui se défoula au premier contact des Portugais avec le monde islamique dans l’Océan Indien.
  2. Ibid.: […] les populations des cités littorales de l’Afrique Orientale payèrent en 1505 et en 1507 le vieux ressentiment que la conquête arabe avait légué aux Hispaniques.
  3. Resende 2015, 634.
  4. Avelar 2003, 276: […] aparecem em todas estas narrativas como inimigos à presença portuguesa, pois esta põe em causa a sua supremacia naquelas paragens.
  5. Thomaz 1991, 97.
  6. Ibid., 100.
  7. Newitt 2001, 7: All empires, not least that of Portugal, function within a complex network of economic, cultural and political relations – the networks of informal empire without which the official structures of the formal empire could never function.
  8. Expresión de Subrahmanyam 2001.
  9. Newitt 2001, 20-21.
  10. Thomaz 1991, 102: So far as we are aware, D. Manuel did not cherish dreams of military conquest in Asia. He did cherish the idea of becoming Emperor of the East, intending – in all probability – to assume that title after Jerusalem had fallen into his hands; and he tried to act as an emperor in the medieval sense of the word, even if he did not actually assume the title. This means that he felt entrusted with a universal mission, to foster equity, peace and the supremacy of the Christian faith. But such a global design left little room for effective rule: and in fact D. Manuel’s instructions to his agents in India clearly show that he was concerned with suzerainty rather than sovereignty. As the kings of Leon and Castile had done since the eleventh century in the context of the so-called Muslim taifas in the Iberian peninsula, he tried to submit the Muslim Sultans of East Africa to the payment of pareas, a tribute which meant the acknowledgement of Christian supremacy.
  11. Ibid., 101.
  12. Cruz 2002, 44.
  13. Cornell 1990, 381.
  14. Ibid.
  15. Porta Jr 2018, 158-159.
  16. Cornell 1990, 382.
  17. Cruz 2002, 44.
  18. Cornell 1990, 387.
  19. Aubin 2006, 208.
  20. Thomaz 1991, 106-107.
  21. Porta Jr 2018, 202.
  22. Racine 2001, 68.
  23. Ibid., 75.
  24. Aubin 2006, 190: Pour la noblesse, “l’Algarve d’au-delà” est le théâtre traditionnel de la vaillance chevaleresque. Y passer quelque temps fait partie du cursus des jeunes fidalgos qui viennent se former aux armes en combattant le Maure.
  25. Cénival 1934, 95 (transcripción del extracto original), 99 (traducción al francés).
  26. Porta Jr 2018, 159.
  27. Cénival 1934, 83 (transcripción del extracto original), 85 (traducción al francés).
  28. Ibid.
  29. Cruz 2002, 44.
  30. Ibid., 45.
  31. Cénival 1934, 178-179 (transcripción del extracto original), 190 (traducción al francés).
  32. Ibid., 234-239 (transcripción del documento original), 240-245 (traducción al francés).
  33. Aubin 2006, 212.
  34. Racine 2001, 89.
  35. Lopes 1897, 63.
  36. Campbell 2017, 112.
  37. Sinclair & Hakansson 2000, 468.
  38. Laviolette 2008, 31.
  39. Pradines et al. 2002, 82.
  40. Roque 2017, 24.
  41. Ibid., 23.
  42. Campbell 2017, 117.
  43. Ibid., 24.
  44. Newitt 2001, 16.
  45. Roque 2017, 24.
  46. Ibid., 26: Far from meaning they were giving up on their goals, the attitude of the Portuguese was in line with common practice among local chiefs. It showed an awareness of a situation that required changes and adjustments with immediate impact on the trading post and the survival of the people living and working there. In this context, the availability of suitable goods in demand in the local and regional African markets was as important as ensuring the regular supply of food to the trading post.
  47. Ibid., 27.
  48. Prestholdt 2017, 520: Portuguese colonial rule reoriented the political landscape of the Swahili world. By the end of the sixteenth century nearly all Swahili polities were subject to a single political entity: the Portuguese Estado da Índia with its administrative centre in Goa. The Estado da Índia ruled through local elites, ideally pliable sultans of their choosing. Yet Swahili political leaders also influenced Portuguese colonial expansion.
  49. Subrahmanyam & Alam 2019, 278 (reproducción del documento original), 272 (traducción al inglés).
  50. Ibid., 279 (reproducción del documento original), 272 (traducción al inglés).
  51. Ibid., 267: The Malindi chancery […] seem to have been fully aware of the pretentious titles that Dom Manuel himself had begun to use […].
  52. Ibid., 269: These examples suggest that the options open to rulers of the city-states of the Swahili coast in the face of the initial Portuguese challenge were all unpleasant in some degree. A further complication was that individual Portuguese captains and officials often had ideas and projects of their own, which were at variance with royal orders as well as the official policies of the Estado da Índia Oriental.
  53. Ibid., 277 (reproducción del documento original), 271 (traducción al inglés).
  54. Ibid., 275-276 (reproducción del documento original), 270 (traducción al inglés).
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Chapitre de livre
EAN html : 9782356135315
ISBN html : 978-2-35613-531-5
ISBN pdf : 978-2-35613-533-9
ISSN : en cours
Posté le 24/03/2023
23 p.
Code CLIL : 3386
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Comment citer

Soares, Gabriel Mathias, “Los ‘moros’ en el proyecto imperial manuelino en África”, in : Gallon, F., dir., Tractations et accommodements, Pessac, Ausonius éditions, collection CPIM 1, 2023, 205-227, [en ligne] https://una-editions.fr/los-moros-en-el-proyecto-imperial-manuelino-en-africa [consulté le 20/03/2023].
10.46608/cpim1.9782356135315.11
Illustration de couverture • “Juif et musulman jouant aux échecs”, Libro de los Juegos (XIIIe s.), Escurial, f. 63r.
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