Introducción
En 2018, Juan Antonio Fernández Rivero generosamente dio a conocer 13 fotografías de 1888 vinculadas a la mina de oro del Hoyo de la Campana1. Fueron obtenidas con la técnica de la albúmina y forman parte de la treintena de tomas de que consta el álbum titulado “Monsieur Guillemin Tarayre”, que adquirió en la feria internacional de fotografía de Bièvres (Francia). De entre las vistas publicadas en su blog, nueve corresponden a la explotación aurífera del Hoyo de la Campana, suponiendo la apertura de una ventana desde la que contemplar el progreso de los trabajos que se estaban llevando a cabo en esta mina de oro. En ellas aparecen las instalaciones para la explotación del metal precioso acometidas por la “Sociedad Anónima de los Terrenos Auríferos de España”, adquirida en 1880 por el empresario parisino Jean Baptiste Michel Adolphe Goupil, quien reemprendió los trabajos en este paraje hasta su muerte en 1893.
El autor de estas fotografías fue el Ingeniero de Minas francés Edmond Guillemin-Tarayre (1832-1920), quien a lo largo de su trayectoria profesional trabajó en su país natal, así como en España, Méjico, Argelia, Rusia, Italia y Madagascar. Entre 1882 y 1893 fue director-técnico de la explotación de los aluviones auríferos de Granada, actuando también como apoderado de Adolphe Goupil.
Como parte de las actividades que desarrolló a lo largo de su vida, publicó varios trabajos sobre arqueología, mineralogía y minería. En lo que respecta a sus labores realizadas en Granada, presentó una detallada comunicación en la Exposición Universal de París de 1889, titulada “Notice sur l’exploitation des alluvions aurifères de Grenade (Espagne)”.
En ella incluyó un preciso plano donde posicionó los denuncios auríferos de Adolphe Goupil y el trazado de los canales de suministro de agua. Asimismo, dejó una valiosa descripción de los vestigios de la explotación de época romana encontrada al realizar las obras2. Hay que destacar que, hasta la llegada de los ingenieros de minas franceses a Granada, los vestigios que quedaban de esta “explotación secular” eran atribuidos a época andalusí, o incluso al periodo visigodo3. La primera de estas hipótesis no resulta plausible si se analizan las infraestructuras hidráulicas conservadas en el Cerro del Sol, pues las Acequias Reales que abastecieron a la Alhambra y a las almunias situadas por encima del Generalife, discurren por otras minas de oro amortizadas, siendo incompatible ambos usos simultáneamente.
Estas fotografías denotan la minuciosidad del ingeniero que fue el artífice del mayor intento reciente de explotación de estos aluviones, así como su interés por los avances tecnológicos de la época. Gracias a ellas puede cotejarse el estado de este paisaje minero en el preciso instante en el que quedó congelado en estas tomas, si se lo compara con la imagen actual que presenta esta zona (fig. 1). En buena parte de ellas se puede localizar el punto de vista desde el que fueron tomadas, y refotografiar el entorno. La información de primera mano que transmiten permite aprehender cuáles fueron los procesos llevados a cabo por esta sociedad minera, la única que consiguió explotar industrialmente estos aluviones auríferos en el siglo XIX, así como detectar las estructuras construidas en ese momento y las alteraciones producidas en el yacimiento. Demuestran que lo que se arrancó del Cerro del Sol durante el intento más relevante de re-explotación del Hoyo de la Campana en época decimonónica, que fue infinitamente mayor a las demás tentativas enmarcadas en la fiebre del oro granadina, fue insignificante en comparación con los sobrecogedores vaciados producidos siglos atrás en estas laderas. Conviene recordar que estas erosiones desmesuradas ya habían sido representadas en el plano de Granada y la parte oriental de su Vega levantado en 1811 por los ingenieros militares franceses4, antes de que, con la nueva Ley de Minas de 1825, se diese el pistoletazo de salida a casi 600 solicitudes de demarcación de terrenos auríferos en el entorno granadino, que se prolongaron desde 1827 hasta 19425.
La “Sociedad Anónima de los Terrenos Auríferos de España” entre 1880 y 1893
Resulta preciso analizar el procedimiento y la duración de la explotación del Hoyo de la Campana por esta sociedad minera para poder determinar qué se ejecutó realmente. Todos estos procesos extractivos concluyeron abruptamente tras la muerte de Adolphe Goupil en 1893, pues sus herederos se deshicieron de todos los derechos de explotación un año más tarde. Sin embargo, resulta más difícil señalar el momento en el que comenzaron realmente.
Este empresario parisino llegó a poseer en Granada 261 hectáreas de denuncios mineros y consiguió obtener dos concesiones de agua, con un volumen máximo de 1980 litros por segundo durante ocho meses del año, procedentes de dos suministros hidráulicos6. Por una parte, contó con el Canal de Beas-Almecín, que aprovechó el único corrugus abierto en la Antigüedad para llevar agua a las minas de oro situadas en las laderas norte y sur del Cerro del Sol. Esta canalización fue reutilizada en la segunda mitad del siglo XIV por el monarca nazarí Muḥammad V, prolongándola para aportar un suplemento de agua a las almunias que construyó a cotas más elevadas que el Generalife y que la Acequia Real de la Alhambra7. Dicho trazado hidráulico fue reacondicionado incipientemente por Carlos Álvarez de Sotomayor, que fue el anterior concesionario de estos denuncios auríferos en la década de 1870. Sin embargo, en 1882 se encontraba ya en tal estado de deterioro que tuvo que ser rehecho en una longitud de 10350 m. Las pruebas de lavado iban a comenzar en la primavera de 1883 cuando un proceso judicial vino a paralizar el uso de esta derivación de agua de la cabecera de la cuenca del río Darro durante un lustro. También en 1882 se solicitó la construcción de un estanque en un terreno próximo a la presa situada en el Barranco del Almecín, que fue concedida a finales de 1886.
Al mismo tiempo se inició el canal que no pudo llegar a realizar Carlos Álvarez de Sotomayor, que conduciría las aguas del río Aguas Blancas, afluente del Genil, a las explotaciones auríferas del Cerro del Sol, con una longitud total de 16 291 m desde la presa hasta el Hoyo de la Campana. Para ello fue necesario contratar una considerable mano de obra, que en el año de 1885 ocupó a más de cuatrocientos obreros8.
Por tanto, hasta 1885 o 1886 no habría estado en funcionamiento este suministro hidráulico construido ex novo desde el río Aguas Blancas, al que se habría sumado hacia 1888 la que se apoyaba sobre la canalización histórica que tomaba el agua desde el río Beas.
Esto vendría a indicar que, en el momento de la toma de las fotografías por Guillemin-Tarayre, la mina llevaría en explotación unos 2 o 3 años a medio rendimiento. Este hecho queda atestiguado en la vista general del yacimiento, tomada desde la ladera de enfrente, al otro lado del río Genil (fig. 2). En ella pueden observarse que ya estaban construidas todas las instalaciones fabriles en el cercado que se estableció en torno al Cortijo de la Lancha. Por encima de ellos se ve el alzado principal de la fábrica metalúrgica de amalgamación, mucho más de lo que se ha conservado, y a su derecha, la formación del depósito de estériles que, pese a haber sido reutilizado en las últimas décadas como gravera, aún en nuestros días tiene un tamaño tres o cuatro veces superior al aspecto que presentaba en 1888.
El procedimiento de explotación aurífera en la década de 1880
El sistema de explotación puesto en marcha por Edmond Guillemin-Tarayre9 estaba basado en el método californiano de laboreo de aluviones auríferos, si bien contaba con algunas mejoras técnicas desarrolladas por este ingeniero francés. Consistía en lo siguiente:
En el punto de confluencia entre la derivación de los canales de suministro hacia el valle del Genil con aquella que, tras dirigirse hacia la cuenca del Darro, acababa cruzando subterráneamente el Cerro del Sol, se dispuso un gran depósito de regulación y explotación, señalado en su plano como “Grand Reservoir”10. Desde él, el agua descendía 75 m en una tubería de acero en la que se reducía su sección de 100 a 40 cm en apenas 140 m de longitud, alcanzando una caja de distribución coronada con un manómetro de aire. Ésta se encontraba situada a unos 400 m de distancia de las bocamangas o hidrolanzas instaladas cerca de los taludes. Constaban de campanas de aire comprimido para evitar la pérdida de la energía mecánica del chorro del agua, regulando el caudal a un nivel constante para lanzar un dardo de agua a una distancia que oscilaba entre los 50 y los 100 m. Sin embargo, en la fotografía tomada en 1888, los chorros expulsados por las dos hidrolanzas que se observan en la imagen, apenas alcanzan unos 15 m de longitud.
Las grandes bocamangas poseían normalmente 20 cm de diámetro en la junta-rótula para un caudal esperado de 500 l/minuto, que lógicamente dependía del número de aparatos utilizados simultáneamente. Además, se emplearon otras hidrolanzas más pequeñas con diámetros entre 5 y 10 cm, ensambladas en las conducciones secundarias y montadas sobre puestos móviles, que funcionaban como auxiliares de ataque.
La descripción realizada en 1889 por Guillemin-Tarayre se ajusta a lo que puede observarse en la fotografía que tomase un año antes en la mina granadina (fig. 3), en la que se aprecia el entramado formado por la campana de aire comprimido, de la que salen dos tuberías que bien podrían tener unos 40 cm de diámetro, así como otras del calibre menor, en las que la superior alimenta a otra bocamanga. Debió de tratarse del lugar principal de ataque, tal y como señaló el ingeniero en la sección que acompañó a su plano11. Este ensamblaje de tuberías de acero en torno a un nodo central sería muy rígido, pues su puesta en carga en otro lugar requería de la construcción de obras de mampostería auxiliares. Pese a la energía liberada por este sistema, se observa que los desmontes que lograron hacerse en este sector entre 1888 y 1893 no fueron tan desmesurados como cabría esperar, pues el pico de terreno situado en el centro de la imagen no nos ha llegado excesivamente transformado.
En esta fotografía puede comprobarse que los tajos más elevados no fueron prácticamente alterados, pues era imposible alcanzarlos con el chorro de agua. Además, colocar la campana de aire comprimido y la red de tuberías a cota superior supondría perder presión. Al igual que hoy, en la imagen de 1888 se puede observar la existencia de un depósito de agua de época romana cortado por la mitad en la cima del Cerro del Zapatero, y por debajo, la boca de la gran oquedad que se generó internamente en el proceso de desmonte de las partes más altas de esta ladera introduciendo una corriente hidráulica por una galería subterránea. Por su parte, a la derecha de la imagen, sobre el Tajo de los Aguaderos, se comprueba que existe un agujero que está situado a la altura del canal principal que llegó al Hoyo de la Campana. Por el contrario, las demás bocas que se ven hoy formando arcos no parece que existieran entonces, lo que demuestra que no fueron parte del proceso de abatimiento por cortas de minado12, sino que podrían estar en relación con un puesto de vigilancia relacionado con alguno de los enfrentamientos acontecidos en esta zona con posterioridad a 1888, tal vez vinculadas al periodo de la Guerra Civil española.
Los aluviones disgregados por la acción del agua eran conducidos por medio de canales de lavado construidos con mampostería (fig. 4). Una primera clasificación del material dirigido hacia estos canales era realizada por unas gruesas rejillas de hierro, espaciadas entre 6 y 10 cm. De esta manera eran apartados los cantos de mayor tamaño, tal y como hicieran manualmente los mineros romanos antes de que el conglomerado derruido entrase en las agogae.
La disposición de estos largos y geométricos canales de lavado de 0,80 x 0,80 m de sección y una pendiente media de un 45‰ estaba concebida para favorecer la deposición sucesiva de las partículas de oro suspendidas en la masa de agua. En ellos se colocaron parrillas de concentración, consistentes en rejillas longitudinales, tal y como puede apreciarse en el canal de la derecha de la fotografía de 1888, casi cubiertas por una capa de lodo.
Además de estas parrillas se establecieron bastidores colectores, rejillas de separación de finos, tolvas de concentración y rejillas de rechazo. Se trataba de que el oro precipitara gravimétricamente junto a otros materiales pesados, para después ser reunido en las tolvas, utilizándose un baño de mercurio para amalgamar las partículas más finas. Los tramos en los que se depositaban las laminillas de oro y los granos de amalgama estaban situados bajo túneles, por lo que resultaban inaccesibles.
En total, la longitud de la parte activa de los lavaderos ascendía a 550 m, y la de los depósitos de depuración y los canales de descarga, a 750 m. Con este complejo sistema de lavado en los canales, las materias conducidas eran clasificadas y concentradas a su paso por las tolvas, pudiéndolas verter sobre cualquier rejilla de filtrado y sobre los aparatos clasificadores exteriores.
En definitiva, los concentrados auríferos llegaban al edificio de la “Fábrica Metalúrgica de Amalgamación” o “Fábrica de lavado de Oro” (“usine” en las fotografías), arrastrados por la corriente o en las vagonetas que discurrían por vías férreas y que los suministran a los aparatos clasificadores. Este edificio había sido construido para recibir una batería de 40 mazos o pisones, así como otros aparatos complementarios, si bien en 1889 aún no estaba a pleno rendimiento, pues únicamente había instalados 15 mazos, movidos por una fuerza locomotriz de 20 caballos, frente a los 50 que se esperaban generar.
El oro se decantaba por medio de la generación de corrientes de agua en tolvas y serpentines, donde el mercurio también estaba presente. La amalgamación quedaba concluida en 5 horas, siendo necesario aportar un peso de mercurio diez veces superior al del oro a recoger.
Al pie de esta fábrica se construyó una presa de mampostería de 12 m de altura por 42 m de longitud (fig. 5), que habría posibilitado almacenar un importante volumen de agua para los meses de verano, permitiendo su vaciado o bien su reutilización, al poder ser elevado el líquido por medio de un motor de vapor.
En 1889, el propio Edmond Guillemin-Tarayre enunciaba las conclusiones obtenidas en su explotación, indicando que se requerían veinte volúmenes de agua por cada uno de aluvión abatido y conducido. Los terrenos que se tenía interés por alcanzar se encontraban recubiertos de una capa de más de 10 m del conglomerado abatido en la Antigüedad, por lo que aún en 1889 se consideraba que se estaba actuando sobre la parte exterior del yacimiento.
Las condiciones descritas en este documento se querían desarrollar en la campaña de 1890, cuando se preveía establecer otros tres ataques que utilizasen toda el agua de la concesión, así como montar una fábrica que doblase la capacidad instalada13.
El paisaje del Hoyo de la Campana
De la pormenorizada exposición que hizo el ingeniero de la mina en 1889 y de las fotografías obtenidas un año antes pueden obtenerse las siguientes conclusiones:
Las instalaciones que han subsistido en el lugar de la “Fábrica Metalúrgica de Amalgamación” no se corresponden con las que se aprecian en las fotografías de 1888. Esta fábrica podría haberse rehecho y adaptado a otros usos tras la muerte de Adolphe Goupil, pues el 4 de agosto de 1893 se concedió a sus herederos “variar la aplicación de la fuerza de la corriente concedida, destinándola a reaccionar sobre una turbina para hacer transmisiones eléctricas, en vez de emplearlas en la remoción de la arena aurífera y movimiento de aparatos”. También en 1901, 1903 y 1907 se produjeron solicitudes para crear un aprovechamiento energético hidráulico en el Hoyo de la Campana a partir de la fábrica, los canales y las tuberías14.
Aún puede vislumbrarse el posicionamiento de buena parte de los canales principales y secundarios, así como de las galerías de paso, permitiendo entender cómo y dónde se establecieron los frentes de ataque. Las hidrolanzas únicamente alcanzaron con el chorro de agua las partes más bajas de las laderas. Sin embargo, los grandes abatimientos de época romana quedaron prácticamente inalterados, por lo que nos han llegado con un aspecto similar a cómo se los encontraron al inicio de la actividad de esta sociedad minera.
Dado que se pretendía que la explotación aurífera estuviese a pleno rendimiento en 1890, habrían sido solamente tres los años en los que se trabajó intensamente hasta la muerte de Adolphe Goupil. Puede comprobarse que todavía hoy los perfiles de las zonas de abatimiento son muy parecidos a los que muestran las fotografías de 1888, salvo en los rellenos acumulados en torno a algunas zonas del Barranco de la Campana. La refotografía de este escenario muestra en definitiva que la actividad minera antigua fue desproporcionadamente mayor a los intentos infructuosos de re-explotación reciente de este yacimiento aurífero.
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Notas
- García Ballesteros y Fernández Rivero 2018.
- Guillemin-Tarayre 1889, 8-9; Cohen 2002, 139-140.
- Sabau y Dumas 1850, 430; El Vocal Rute 1877, 100-101.
- García-Pulido 2013, 67.
- García-Pulido 2014, 68-105 y 275-334.
- Guillemin-Tarayre 1889, 10-11 et 13.
- García-Pulido 2007, 245-280; García-Pulido y Mattei 2020, 164-166.
- Cohen 2002, 39-40.
- Guillemin-Tarayre 1889, 14-24.
- García-Pulido 2013, 78 y 135.
- García-Pulido 2013, 78 y 135.
- García-Pulido et al. 2017, 151.
- Guillemin-Tarayre 1889, 24-25.
- García-Pulido 2014, 304, 308 y 310.