Introducción
La Prehistoria reciente del Sureste de la península ibérica viene siendo objeto de investigación desde finales del siglo XIX como marco para estudiar los procesos de complejidad social desarrollados durante la Edad de los Metales. Desde las primeras investigaciones1, la Cultura del Argar (2200-1550 cal BC) y la producción de metal han estado imbricadas en un debate en torno al desarrollo de la complejidad social en el sureste de Iberia. Se han planteado dos teorías contrapuestas sobre el papel del metal en estas sociedades. Por un lado, se ha afirmado que la especialización artesanal en la metalurgia fue un factor crucial en la aparición de las desigualdades sociales2 y que la escala de la producción metalúrgica adquirió una gran intensidad a escala regional3. Por otro lado, se atribuye un valor secundario a dicha actividad, afirmando que no requiere especialización a tiempo completo. Su desarrollo habría sido el resultado, no la causa, de una jerarquización social que estaría relacionada más bien con los cambios que se produjeron en la organización de la producción de bienes relacionados con la subsistencia durante la Edad del Bronce, planteando una producción local de baja intensidad4.
En todo este debate, que se ha centrado en el estudio y análisis de los objetos metálicos y restos metalúrgicos, ha estado ausente una cuestión básica para entender el proceso metalúrgico en su totalidad, como es el estudio de las labores mineras. En gran medida, ello se ha debido al escaso número de restos documentados en este territorio y su difícil identificación, lo cual ha sido utilizado con distintas orientaciones por las dos corrientes antes señaladas. Así el primer grupo focaliza la explotación minera en Sierra Morena oriental5, mientras que el segundo grupo explica esta ausencia por la gran riqueza de mineral cuprífero en el Sureste, cuya explotación de carácter local habría dejado evidencias muy exiguas e irreconocibles a día de hoy en superficie6. Por todo ello, una práctica habitual empleada en las dos últimas décadas ha sido la realización de análisis químicos y de isotopos de plomo a artefactos argáricos (escorias, objetos, crisoles, etc.) lo que ha permitido identificar de manera indirecta la existencia de una fase de explotación en los yacimientos mineralizados de las áreas mineras del Sureste durante la Prehistoria reciente, supliendo así la falta de evidencias arqueológicas directas.
Si bien, este panorama ha empezado a cambiar en las dos últimas décadas, gracias sobre todo a los trabajos de investigación que están llevando a cabo diferentes equipos, concretamente: el Proyecto Peñalosa en Sierra Morena oriental (Jaén), Marquesado del Zenete y Sierra de Baza (Granada)7; y el equipo de investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona en la región de Murcia y norte de la provincia de Almería8. Gracias a estas investigaciones se han identificado nuevas evidencias de actividad minera de la Prehistoria reciente que se suman a las ya conocidas, sobre todo, las minas analizadas por C. Domergue9 en su catálogo de minas antiguas de la península ibérica. En la actualidad se conocen un total de 26 explotaciones mineras en el Sureste peninsular con evidencias arqueológicas prehistóricas, entre las que destaca la gran concentración de minas en Sierra Morena oriental (fig. 1)10.
Las explotaciones mineras prehistóricas de Sierra Morena oriental
Los trabajos de investigación que se llevan a cabo desde la Universidad de Granada en esta región de Sierra Morena han permitido aumentar el número de explotaciones mineras prehistóricas ya identificadas. De las 9 minas registradas por C. Domergue11 en su catálogo hemos pasado a 21, la mayoría de ellas documentadas en los valles del Jándula-Cabrera y del Rumblar12 (fig. 1). Por tanto, en esta área se concentra el 80% de las 26 explotaciones prehistóricas contabilizadas en el Sureste.
La concentración de este número de explotaciones en esta región – algunas de ellas de grandes dimensiones como Los Candalares, Polígono, etc. – junto a la cantidad de restos metalúrgicos hallados en el yacimiento argárico de Peñalosa y las investigaciones de isotopos de plomo a objetos de base cobre y plata de los yacimientos, indican que Sierra Morena oriental y central fue el principal proveedor de metal de cobre y de plata del sureste peninsular durante la Edad Bronce13.
Los estudios a lo largo del valle del Rumblar marcan la estrecha relación existente entre los asentamientos y las explotaciones mineras. Las dos minas estudiadas muestran patrones parecidos. Cerca de la depresión Linares-Bailén se encuentra la mina de El Polígono, asociada a un gran yacimiento como es el Castillo de Baños de la Encina, que posiblemente controlaría su explotación y distribución a yacimientos cercanos como Peñalosa14. Modelo similar se observa en la mina de José Palacios (Baños de la Encina, Jaén), la segunda de las tres minas que abastecieron de mineral al poblado de Peñalosa15 y cuya explotación dependería del poblado de Los Castillejos. Por tanto, el número de explotaciones mineras en el valle del Rumblar va asociado, y esto es lo importante, a un modelo territorial formado por poblados de distintos tamaños encargados de la explotación y distribución del mineral de cobre, articulados en una red estratégica completada por una serie de fortines que aseguraban la defensa del territorio y que le otorgan una dimensión regional a la escala de producción16.
Hasta ahora, todas las minas prehistóricas documentadas arqueológicamente en esta región, explotan los filones cupríferos, en su mayoría, encajados en el granito del sector giennense del batolito de Los Pedroches, aunque hay evidencias de depósitos de galena argentífera en el poblado de Peñalosa17. Por el contrario, no se tienen evidencias de cultura material que atestigüen que los filones ricos en mineralización de plomo-plata de esta región (La Carolina-El Centenillo) fueran explotados con anterioridad a época romana. Por tanto, la geología y el tipo de mineralización presente en esta zona (filones y vetas) ha sido la que ha marcado los métodos de extracción empleados desde la prehistoria y no tanto la tecnología del momento.
En las explotaciones documentadas en esta región hay un predominio de las labores a cielo abierto, en forma de trincheras y socavones de poca profundidad, que beneficiaron los niveles superficiales de los filones, ricos en minerales oxidados y carbonatados de cobre y, seguramente, en estado nativo (tanto cobre como plata). Los mineros prehistóricos reconocerían fácilmente en superficie los filones por el color blanco de los crestones de cuarzo tintados por los colores llamativos de algunos minerales como la azurita (azul), la malaquita (verde) o el cobre nativo (anaranjado). En las paredes de algunas trincheras aún se observan restos de mineralización cuprífera, sobre todo, de malaquita y azurita18.
Estas labores a cielo abierto presentan un trazado irregular y unas dimensiones variables. Su morfología y dimensiones dependen de la mineralización, de la localización del mineral, de su riqueza y de otros condicionantes físicos y geológicos. Así, se han constatado desde trincheras de más de 100 m de longitud por unos 4 m de anchura en las minas de Los Candalares, Navalasno y Polígono (fig. 2), hasta otras labores más pequeñas como las que presentan las trincheras de las minas de Las Minetas y José Martín Palacios (fig. 3), de unos 10/15 m de longitud, por 3,5 m de anchura máxima, menos de 1 m de anchura mínima y escasos 8 m de profundidad19.
Todas las labores cuentan con sus escombreras anexas. En todas las minas catalogadas, bien en su interior o en los desmontes, se han identificado numerosos útiles líticos vinculados al proceso de extracción del mineral, así como evidencias de su trituración. Se trata en su mayoría de mazas/martillos y picos de ofita y diorita con ranura central, además de algunas piedras cazoletas, azuelas pulimentadas, manos de molino y molinos barquiformes. Evidentemente, estos dos últimos instrumentos estarían relacionados con el procesado del mineral, concretamente con el machacado previo a su tratamiento metalúrgico. Aunque no debemos descartar su relación con actividades de mantenimiento como la preparación de alimento a pie de mina.
Las diferencias morfológicas y de peso de los percutores líticos son criterios a tener en cuenta en la interpretación funcional. En las minas de Sierra Morena oriental se han documentado percutores (martillos, mazas y picos) de diferentes formas y tamaño, en su mayoría de origen ígneo intrusivo y de composición ofítica de gran dureza procedente de los depósitos secundarios. Los martillos de peso medio (de 0,8 hasta 5 kg máx) se emplearían tanto para la percusión directa como indirecta. Su tipología responde a las características de los martillos mineros documentados en otras minas, como las del Suroeste20 o las de Asturias21. En el caso de las mazas de grandes dimensiones (más de 5 kg) se ha planteado su posible uso en estructuras del tipo eslinga, situadas frente a la superficie de ataque de la roca22.
En estas minas no hemos encontrado evidencias de herramientas de hueso-asta de ciervo y madera. Sin embargo, sí se ha constatado el uso del fuego. Dicha práctica está ampliamente constatada en otras explotaciones de la Península y del resto de Europa como en las minas de El Áramo y La Profunda (Asturias)23, Ross Island (Irlanda)24 o en Pioch Farus IV en Cabrières (Francia)25. Un indicio directo de su utilización es la existencia de cavidades cóncavas, alveoladas y redondeadas, además de la presencia de carbón y de las paredes ennegrecidas. En esta región minera se han hallado dos indicios de la utilización del fuego, uno en la mina de José Martín Palacios/Doña Eva y otro en la mina El Polígono26. Algunos fragmentos de mineral recogidos en el yacimiento de Peñalosa han proporcionado datos relevantes acerca de esta técnica extractiva utilizada por los mineros. Se trata de fragmentos que presentan numerosas fisuras y en cuyo interior se aprecian formaciones globulares cuando se observan detenidamente bajo lupa binocular como rastros indelebles de este método de extracción27.
La mayoría de las 26 minas identificadas como prehistóricas en el sureste peninsular se han adscrito de forma genérica a la Prehistoria reciente por la presencia de instrumentos líticos sin que se pueda precisar más su cronología. La excepción son las minas de Cerro Minado (Huercal Olvera, Almería), José Martín Palacios y Polígono (Baños de la Encina, Jaén) que se han podido datar directamente con fechas radiocarbónicas e, indirectamente, por los análisis de isótopos de plomo. Además, la existencia de una gran cantidad de poblados metalúrgicos de la Edad del Bronce en los valles del Jándula, Rumblar y Guadiel nos lleva a pensar, a falta de confirmación arqueológica, que estas minas se trabajarían durante el Bronce argárico, sin precisar su cronología. Sí parece claro que muchas de ellas se explotarían de forma coetánea durante el Bronce Pleno. Por ejemplo, los isótopos de plomo realizados a muestras metalúrgicas (crisoles, metales y minerales) del yacimiento argárico de Peñalosa y de varias minas determinó que este yacimiento se abasteció de tres minas a la vez, Polígono, José Martin Palacios y una tercera, desconocida aún28. En la península ibérica existen otros ejemplos de minas explotadas con anterioridad a la Edad del Hierro, las más conocidas son las de El Aramo y El Milagro (Asturias) y La Profunda (León)29.
El territorio minero de Sierra Morena oriental: organización y escala de la producción
La explotación de estos recursos minerales condicionó el modelo de poblamiento desde el Calcolítico, cuando encontramos poblados relacionados con la explotación de minerales de cobre como Siete Piedras y Cerro del Tambor30 o el Castillo de Baños con restos metalúrgicos que muestran la relación de este poblado con la mina de El Polígono31. Cabe destacar el Cerro del Pino en el valle del Guadalimar donde han aparecido restos de vasijas-horno, mineral en bruto, escorias, y martillos de forja32.
A partir del cambio del III al II milenio a.C. se observa una intensa ocupación de los valles orientales de Sierra Morena, dentro de la definida tradicionalmente como expansión argárica33, con la creación ex novo de numerosos poblados como por ejemplo Peñalosa, La Verónica, Cerro de las Obras en el valle del Rumblar (fig. 1 y 4), en los cuales se han documentado restos materiales del proceso de producción de metal base cobre34. Estos asentamientos ocupan posiciones estratégicas para defender los filones de cobre del territorio y además controlar el procesado y la distribución del metal. Asimismo, en conexión con éstos se encuentran toda una serie de fortines destinados a mejorar la interconexión entre los primeros y controlar los pasos naturales desde el valle del Guadalquivir hacia el interior de Sierra Morena. Este incremento de asentamientos y de población en esta zona, deshabitada en momentos anteriores de la prehistoria, solo se puede explicar por la existencia de recursos mineros de cobre y plata y por la intensificación de su explotación para producir cantidades de metal que rebasan claramente el autoconsumo35. El excedente del metal producido se redistribuiría por todo el Sureste como han demostrado los análisis de isótopos de plomo llevados a cabo hasta el momento36. Por tanto, nos encontramos en el Alto Guadalquivir con un amplio territorio minero que a lo largo de unos 400 años aproximadamente va a explotar filones de cobre y plata y va a adquirir un gran desarrollo económico, manteniendo un elevado número de población y asentamientos gracias al valor del recurso del metal.
La excavación de los poblados argáricos de Peñalosa y el Castillo de Baños de la Encina, en el valle del Rumblar, ha permitido documentar arqueológicamente todo el proceso de transformación del mineral en metal (fig. 5) con un registro arqueometalúrgico rico en mineral, escoria, gotas de metal, crisoles, vasijas de reducción, moldes, etc. El trabajo metalúrgico se documenta en el interior de las unidades domésticas, en las zonas sin techar, coexistiendo y compartiendo espacio con otras actividades productivas37. Este hecho indica la importancia de la actividad metalúrgica, cuya escala de producción superaría las necesidades del autoconsumo como evidencia el hallazgo en las últimas campañas de excavación de Peñalosa de un vertedero con más de 100 kg de restos metalúrgicos (escoria, crisoles, vasijas de reducción, etc.)38.
En los últimos trabajos de campo realizados en Sierra Morena oriental se han documentado evidencias de trabajos metalúrgicos a pie de mina. Concretamente, en la mina de José Martín Palacios y en las zonas anexas de tres minas del valle del Jándula (Candalares, Revuelta de Molínicos y Arroyo de la Grieta) (fig. 2 y 3) se ha constatado la existencia de escorias inmaduras, trozos de crisoles y vasijas-hornos, mazas mineras y molinos barquiformes. En ninguno de los tres casos, a excepción de Los Candalares, no se han identificado estructuras en superficie, por lo que no podrían englobarse en la categoría de poblados como los documentados en el Rumblar, sino que se podían tratar de pequeños espacios o zonas de trabajo multifuncionales dedicados tanto a la extracción y transformación del mineral. En la península ibérica se han documentado yacimientos con ciertas similitudes a los registrados en Sierra Morena, como Loma de Tejerías (Albarracín)39 y Les Campa de Mines (Sierra del Aramo)40, que se han interpretado como campamentos estacionales para la producción de metal de cobre en las zonas mineras aisladas para posteriormente trasladarlo a los poblados nucleares de los valles. Si bien, este modelo dista mucho del que se vislumbra en estos valles mineros de Sierra Morena, donde los datos arqueológicos nos llevan a pensar en una producción metálica de cobre a escala regional de gran importancia con numerosas minas explotadas y con poblados dedicados casi exclusivamente a la transformación del mineral en metal. Incluso se puede plantear una explotación del metal sistemática, controlada y dirigida por unas élites locales y con una gran movilidad del metal41.
Esta escala regional, en el caso del valle del Rumblar, se traduce en la existencia de más de una quincena de asentamientos situados a distancias inferiores a 4 km y cercanos a las principales minas. Esta organización nos plantea una serie de cuestiones importantes de tipo social y político: ¿A quién pertenecen los recursos? ¿Quién controla y cómo se organiza la explotación de los mismos? ¿Existen unas élites en centros políticos que organizan la producción y redistribuyen los beneficios del metal? o, por el contrario, ¿Todos los miembros de la comunidad tendrían acceso a los recursos?
A pesar del desarrollo de un proyecto de investigación sistemático en la zona, iniciado en 1985, todavía nos falta mucho por conocer sobre la dimensión social y política del modelo existente en el Alto Guadalquivir durante la Edad del Bronce. Pero sí sabemos que cada poblado no es el propietario de una mina en exclusividad. Los minerales hallados en Peñalosa indican, gracias a los análisis de isótopos de plomo, que proceden de tres minas que se encuentran a escasa distancia. Es decir, existe una cadena en la explotación de las minas y la distribución del mineral a los poblados metalúrgicos, un sistema perfectamente organizado, con una serie de élites en cada poblado que sirven a esta maquinaria y hacen que el modelo funcione durante unos 400 años, proporcionando metal y a cambio recibiendo grano y ganado.
Este entramado territorial está fuertemente jerarquizado, con poblados de distinto tamaño y con diversas funcionalidades42 además de un componente “militar” como lo atestiguan los fortines localizados, en especial el de Piedras Bermejas, donde se localizó un hacha de cobre con huellas de uso43. El cobre es un recurso muy demandado en estos momentos y su posesión y explotación puede indicar el gran desarrollo económico y poblacional que tuvo esta zona durante la Edad del Bronce.
Aparte del modelo territorial otros datos nos indican la importancia del metal y su fortaleza como motor económico. Existen numerosos indicios de moldes para realizar lingotes de metal, todos ellos de parecidas dimensiones y volúmenes, de forma circular en el caso de los moldes de piedra, unos 20 recuperados, y trapezoidal en el caso de los moldes cerámicos (unos 54 fragmentos, 9 de ellos completos). Además se han localizado 9 lingotes o tortas de metal44. Esto nos da una idea clara de la producción de metal que se está produciendo de cara al exterior, a su intercambio o tributación. Este planteamiento se ha reforzado con la localización de un vertedero al exterior del poblado del Peñalosa en su zona sur, formado únicamente por escorias y restos de vasijas hornos45. Esta producción metalífera no se refleja en los ajuares funerarios de los habitantes de Peñalosa, donde solo algunas tumbas muestran la presencia de metal, indicando claramente que los productores de ese metal no han tenido acceso al mismo para su ajuar funerario. Por tanto, no se está produciendo para el autoconsumo sino que esta producción se mueve por todo el Sureste, seguramente, controlada por una élite que organiza la distribución y redistribuye los productos obtenidos a cambio del metal. Esto se plasma en el caso de Peñalosa, en la existencia de un grupo familiar localizado en la acrópolis del poblado, lugar mejor defendido y ocupando una posición topográfica privilegiada, con enterramientos que muestran un estatus social más alto en los ajuares, en el nivel de estrés más bajo de sus individuos y en una dieta más rica en carne46.
Este modelo de élites familiares organizando la producción y distribución del metal, reconocible en el valle del río Rumblar, nos muestra la escala local de la producción del metal. Si ampliamos la perspectiva al Alto Guadalquivir tenemos que buscar otros centros, de mayor poder, que posiblemente organizaron la estrategia territorial de explotación del metal en las estribaciones meridionales de Sierra Morena, centros con un desarrollo cultural ya desde el Calcolítico, que construyeron ex novo estos poblados del Rumblar y desplazaron población hacia esta zona para llevar a cabo la explotación del mineral. De los yacimientos conocidos en el Alto Guadalquivir destacan el Cerro de las Eras del Alcázar en Úbeda y el Cerro del Alcázar en Baeza por sus grandes dimensiones y la presencia de ajuares en las tumbas de alto estatus47. Esta situación nos llevó a definir el Grupo Argárico del Alto Guadalquivir48 como una formación social jerarquizada, en la que cada vez se va agudizando más la diferenciación social, con una gran base socioecómica de tipo agropecuario fortalecido por la explotación de los minerales cupríferos y la plata nativa de las estribaciones meridionales de Sierra Morena. La explotación de este recurso fue tan intensiva que posiblemente se llegó al colapso por sobrexplotación, lo que derivó en la desaparición de todo el poblamiento del valle del río Rumblar en un momento dado, abandonándose todos estos poblados y fortines.
Agradecimientos
Este trabajo se enmarca dentro del Proyecto I+D+i “Explotación y comercio del metal del sureste de la península ibérica en la antigüedad”, PGC2018-098665-A-100, dirigido por L. Arboledas; y del Proyecto I+D+I – Programa Operativo FEDER Andalucía 2014-2020 “Producción y Comercialización de los Metales del Sureste de la península ibérica en la Antigüedad” (A-HUM-392-UGR18), dirigido por L. Arboledas y F. Contreras.
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- Moreno et al. 2010.
- Hunt et al. 2011.
- Blas-Cortina 2007-2008; Blas et al. 2013.
- Contreras 2000.
- Arboledas & Contreras 2010.
- Moreno & Contreras 2010.
- Molina et al. 1978.
- Contreras & Cámara 2002.
- Moreno & Contreras 2010.
- Stos-Gale 2001; OXALID; Hunt et al. 2011; Bartelheim et al. 2012; Murillo et al. 2015.
- Moreno 2000; Alarcón 2010.
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- Blas et al. 2013.
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- Contreras et al. 1995; Cámara et al. 1996; Contreras et al. 2010).
- Zafra 2006.
- Contreras 2000.