Familia, diplomacia y coacción: el fenómeno del rehén1
En el testamento que el emir al-Ḥakam I dejó a su hijo ʿAbd al-Raḥmān II afirmaba lo siguiente:
“[…] sigue el camino que te he trazado y sabe que la cosa más principal y obligatoria para ti es guardar a tu familia, luego a tu clan, y después a tus clientes y partidarios que los siguen, pues son tus auxiliares, los de tu causa, los partícipes de tus dulzuras y amarguras. Pon en ellos tu confianza, comparte con ellos tu dicha, y sé consciente de su solidaridad, por encima de aquéllos de la masa de tus súbditos que se alcen a sus mismos rangos, que siempre estarán resentidos de las obras de los reyes y considerarán pesadas sus cargas. […]2”
Las palabras que el cronista al-Rāzī transcribe, y que recoge posteriormente Ibn Ḥayyān, no hacen más que expresar un sentimiento universal: el amor a los parientes próximos y la consciencia de la responsabilidad que ese amor conlleva3. El texto expresa también la jerarquización de ese amor dentro de una familia, como la islámica premoderna, que se concebía en un sentido muy amplio, pues incluía también esclavos y clientes. Así, al-Ḥakam sitúa en primer lugar a la familia cercana, que en una parte importante estaba formada por el harén, es decir, las mujeres (libres o concubinas) y los hijos de un varón4.
La autenticidad del testamento no es relevante para nosotros, pudo ser el mismo emir quien dictase ese legado o pudo ser al-Rāzī quien pusiese en su boca esas palabras, lo que nos interesa es que expresan una realidad humana universal que los andalusíes asumían como propia. Y, por tanto, como se dice en italiano, si non è vero, è ben trovato.
El harén se concibe como la mayor posesión de un hombre, una fuente de felicidad, pero también una posesión que le hace vulnerable por motivos evidentes: por un lado, el mayor daño que se le puede hacer es a través de su familia, precisamente por el amor que siente por ellos; y, por otro, porque en su harén se deposita su honor y cualquier alteración de la convivencia o de la ética musulmana relativa a la familia repercute negativamente en el honor del pater familias e, incluso, en el buen nombre de todo su clan5. Como se ha señalado, esta es una realidad que va más allá del ámbito doméstico, excede lo íntimo y lo privado, posee relevantes implicaciones sociales y adquiere, por tanto, importancia también en el ámbito político.
La toma de rehenes está relacionada con los factores sociales descritos, ya que los rehenes sólo existen si alguien los ama y está dispuesto a sacrificar algo por ellos. No es de extrañar, por tanto, que los rehenes sean los hijos o las mujeres de alguien a quien se le pide algo a cambio. Por un lado, está documentada la petición de elevados rescates económicos por determinados prisioneros de guerra, fenómeno que fue estudiado por Molina6. Por otro, y esos son los rehenes a los que se va a referir este trabajo, en otras ocasiones no era dinero lo que se pedía a cambio del individuo retenido, sino paz y obediencia. Aunque ambas formas de “cautiverio” se relacionan con conflictos bélicos, tanto en las formas como el fondo son actuaciones distintas. De hecho, lo que diferencia al rehén del prisionero por quien se pide un rescate es que el primero “ha sido retenido por alguien como garantía para obligar a un tercero a cumplir determinadas condiciones”7, es decir, ha sido apresado o retenido a propósito con ese fin. Precisamente, rehén en español procede de la palabra árabe rahīn, la misma voz con la que se referían a ellos las fuentes andalusíes.
Durante largo tiempo los soberanos de al-Andalus emplearon rehenes para someter a los rebeldes que asolaban sus tierras y ese es el fenómeno estudiado en esta ocasión. Aunque sólo se analiza el período omeya, los rehenes no eran exclusivos ni de esta dinastía ni del mundo islámico. Es posible hallar numerosos ejemplos en otros períodos y otras sociedades.
De la lectura de estos sucesos en los que están implicados uno o más rehenes pueden extraerse diversas conclusiones, así como trazar una evolución de la forma de actuar de los soberanos omeyas a lo largo del tiempo. Se puede afirmar, sin temor a la exageración, que esta actuación por parte de los emires y califas omeyas no sólo tuvo implicaciones políticas interesantes en la historia de al-Andalus, sino también sociales y, posiblemente, demográficas.
La fuente principal ha sido el Muqtabis del historiador cordobés Ibn Ḥayyān (m. 469 H./1076 d.C..), que, a pesar de sus lagunas cronológicas y temáticas, es la crónica más relevante por su extensión. A pesar de esto, el recuento exhaustivo de todos los casos en los que intervienen rehenes sería imposible en este espacio, por lo que se ha llevado a cabo una selección que ilustre las principales características de este fenómeno, así como su evolución en el tiempo.
Los rehenes en el período omeya
A continuación, se analizan cuáles fueron las formas más comunes de rehenes en el período omeya: en primer lugar, personajes individuales que son trasladados temporal o definitivamente a la capital; y, en segundo lugar, las familias de algún individuo poderoso que son invitadas a residir en la corte o en su radio de influencia temporal o indefinidamente. En el primer caso se trata de algún rebelde o un familiar muy cercano suyo que sirva de prenda. Naturalmente, la toma de rehenes individuales no sólo fue mucho más frecuente, sino que las crónicas no ocultan la intención del poder establecido con esa actuación. En el caso de las familias instaladas en Córdoba, por el contrario, el historiador ha de leer con frecuencia entre líneas, pues las crónicas narran el acontecimiento sin señalar abiertamente el motivo de tan elegantes y generosas invitaciones a residir en la capital.
La mayoría de los rehenes de los que se tiene noticia fueron rebeldes a quienes, tras su rendición, se les obligaba a residir en Córdoba. El relato de todos estos episodios parece a primera vista similar: el cronista narra los sucesos de la rebelión y al final se indica cómo el vencido, su familia o ambos pasan a residir en la capital omeya. A pesar de que estos son los rasgos comunes de la mayoría de los episodios, puede observarse una evolución diacrónica en la toma de rehenes, pues el historiador Ibn Ḥayyān introduce importantes matices en los sucesos según los emires o califas a los que se esté refiriendo.
En época temprana Ibn Ḥayyān se refiere a invitaciones a vivir en Córdoba o a cómo el emir procuraba mantenerlos en su entorno, sin duda bajo su tutela, pero también bajo su estricta vigilancia. Con el tiempo, especialmente a partir de las numerosas sublevaciones que tuvo que apaciguar el emir ʿAbd Allāh a finales del siglo III H./IX d.C., los rebeldes a menudo son obligados a vivir en la capital, hasta el punto que puede afirmarse que el califa ʿAbd al-Raḥmān III lo convierte en una estrategia política meditada que aplica de forma sistemática. Aunque los traslados no se producen de forma violenta, los textos referidos al período califal dejan traslucir que no se trataba de una opción voluntaria.
Consecuentemente, los episodios referidos por Ibn Ḥayyān tienen el mismo hilo conductor de una actuación que va variando en el tiempo. En un relato referido a época temprana (año 180 H./796 d.C.), se nos dice, por ejemplo, que los hijos de Ibn Mugīt, sublevado en Toledo, se sometieron a la obediencia del emir al-Ḥakam, y marcharon a Córdoba donde se les agasajó. Residieron desde entonces en el entorno del emir, donde ocuparon distintos cargos8. Queda patente que la benevolencia de al-Ḥakam I con los rendidos no era incompatible con mostrar cautela para prevenir futuras sublevaciones. También se hace patente que el emir, al que las crónicas hacen protagonista de actos extremadamente violentos, era capaz de actuar a un tiempo con extrema crueldad y piadosamente con quien le interesaba9.
En algunas ocasiones el rebelde no es trasladado él mismo a Córdoba, sino que se ve forzado a dejar marchar a esa ciudad a algún miembro de su familia. Ese es el caso del rebelde Ibn al-Ŷillīqī de Mérida, quien se convirtió en señor de Badajoz, ciudad que fundó. Tras numerosos años en sublevación se vio obligado a entregar como rehén a su nieto ʿAbd Allāh b. Muḥammad b. ʿAbd al-Raḥmān, quien residió en la capital durante algún tiempo bajo la vigilancia de la corte emiral omeya10.
La toma de rehenes se interpreta como una precaución necesaria, incluso en casos en los que se haya recibido un favor previo. Así, se cuenta que enfermó uno de los servidores (fityān) eunucos más importantes del emir Muḥammad I durante el regreso de su séquito a Córdoba. Decidieron dejarlo en casa de Sulaymān b. Ḏi-l-Nūn, miembro de la conocida familia rebelde de la cora de Santaver, para que lo cuidara y con el tiempo pudiera seguir a su señor de vuelta a la capital. Así lo hizo Sulaymān y como recompensa el emir le hizo regalos y le nombró su representante en la región. A pesar de esto, las fuentes evidencian que la confianza no se restableció del todo entre el emir y su súbdito rebelde, pues tomó como rehén a un hijo de Sulaymān, Musā. La precaución fue eficaz porque los textos añaden que Sulaymān permaneció obediente hasta que murió en el año 274 H./887-888 d.C.11 Aunque Ibn Ḥayyān relata los hechos en este orden, es muy posible que Musā fuera hecho prisionero a la vez que dejaba al eunuco en el hogar de los Ḏū l-Nūn para evitar cualquier tentación de acabar con la vida de aquel sirviente al que parece que tenía gran aprecio. Por otro lado, no se sabe qué fue de Mūsā en la capital omeya, pero parece que debió de albergar gran resentimiento contra la corte cordobesa, puesto que, tras la temprana muerte de su hermano Ŷawšan, se convirtió en el jefe del clan y se rebeló contra el emir ʿAbd Allāh, acometiendo graves tropelías hasta su muerte, especialmente contra la ciudad de Toledo12.
Los hijos de Mūsā siguieron a su padre en su pertinaz rebeldía. Uno de ellos, Yaḥyā, fue derrotado por ʿAbd al-Raḥmān III en el año 321 H./933 d.C. Fue llevado a Córdoba prisionero y allí fue perdonado, fijando su residencia donde pudiese ser controlado y proporcionándole los medios suficientes para sentirse satisfecho13. Este perdón característico que se otorgaba a las familias nobles que habían incurrido en rebeldía, garantizaba que no hubiera deseos de venganza con posterioridad por parte de sus familiares, así como que el vencido se uniese con sus clientes a la causa omeya. De hecho, Yaḥyā falleció cuatro años después luchando al lado del califa en una aceifa dirigida contra Zaragoza14.
Este caso no fue excepcional, pues en el Muqtabis queda constancia de que ʿAbd al-Raḥmān III siguió la costumbre de obligar a los rebeldes derrotados a residir en Córdoba. Este fue también el caso de al-Aslamī al-Hazāʿī quien se había sublevado en la cora de Tudmir en tiempos de su abuelo, el emir ʿAbd Allāh. El rebelde falleció en aquella ciudad a la longeva edad de 103 años lunares, en 329H./940 d.C.15 Procedió de igual manera con Yaḥyā b. Waḍḍāḥ, cliente suyo, quien se sublevó en Lorca y fue trasladado a Córdoba, donde vivió hasta su muerte15; y con Ibn ʿAṭṭāf al-ʿAqīlā14 o con Muḥammad b. Aḍḥā al-Hamdānī16, otros de los rebeldes que no había conseguido rendir su abuelo el emir ʿAbd Allāh . En algunas ocasiones, incluso, el califa sólo accede tras repetidas peticiones de perdón por parte del rebelde y siempre con la condición de su mudanza a la capital, tal y como puede verse, por ejemplo, en el relato referido a Muḥammad b. ʿAbd al-Karīm b. Ilyās, sublevado en Medina Sidonia17.
Un mismo relato deja ver, incluso, cuál fue la diferente política seguida por ʿAbd al-Raḥmān III en relación a los rebeldes y la de los emires que le habían precedido. Así, Ibn Ḥayyān narra en la tercera parte de su Muqtabis la rebelión en Jaén de ʿUbayd Allāh b. Umayya Ibn al-Šāliyya contra el emir ʿAbd Allāh. El rebelde tuvo en jaque al emirato durante largos años, llegando a casar a su hija con el rebelde por antonomasia ʿUmar b. Ḥafsūn. Cuando, años más tarde, por fin fue derrotado por ʿAbd al-Raḥmān III, fue detenido, tomada su fortaleza de Somontín y obligado desde entonces a residir en el entorno de la corte. Aunque la fuente no lo dice explícitamente, debió de acompañarle su familia, puesto que, desde entonces, no sólo no volvió a rebelarse contra el poder omeya, sino que se convirtió en uno de los mayores aliados del califa, tornándose el mayor represor de los levantamientos de la región en la que él se había sublevado años atrás18.
Tampoco fue éste un caso excepcional. Hay que tener en cuenta que un número significativo de rehenes de ʿAbd al-Raḥmān III eran personajes que se mantenían en rebeldía desde tiempos de ʿAbd Allāh, quien no parece haber seguido de manera tan sistemática como su nieto la política del traslado de caballeros rendidos a la capital. También parece que, una vez conducidos a Córdoba por órdenes del califa, todos estos rebeldes fallecieron en esta ciudad, a menudo tras largos años de residencia allí. Este dato parece indicar que el califa seguía temiéndoles y no les concedió prácticamente nunca la libertad de regresar a sus tierras de origen.
ʿAbd al-Raḥmān III aplica la práctica de la toma de rehenes desde el comienzo de su reinado y son generalmente los hijos de los amotinados quienes son tomados en prenda19. Un caso representativo de su política de rehenes es el del rebelde Saʿīd b. Hudayl, quien habiendo sido vencido por el general del emir ʿAbd Allāh, ʿAbd al-Malik b. ʿAbd Allāh b. Umayya, volvió a rebelarse aliándose con ʿUmar b. Ḥafṣūn y tuvo en jaque al emirato desde sus territorios de Jaén. Fue de nuevo ʿAbd al-Raḥmān III quien lo venció definitivamente y condujo a Córdoba con todos sus seguidores. El hijo del rebelde, ʿAbd Allāh b. Saʿīd, llevó a cabo labores diplomáticas para el califa, siguiendo las órdenes de su padre, y fue premiado por el soberano por contribuir a apaciguar a quienes permanecían rebeldes en los territorios de Monteleón. Es representativo el hecho de que permaneció fiel al califa hasta la muerte de su padre en Córdoba, pero, inmediatamente después, volvió a atrincherarse en la mencionada fortaleza jiennense y tuvo que ser vencido y trasladado a Córdoba como lo había sido años antes su padre20.
Podemos hallar otros ejemplos de la política de rehenes de ʿAbd al-Raḥmān III, donde en algunos casos fue decisiva para obtener la victoria, como en la toma de Zaragoza del año 325 H./937 d.C. La manera de proceder se detalla en las fuentes, que destacan los pasos necesarios para apaciguar la región, dominada hasta entonces por los tuŷibíes. Tras el asalto a la ciudad, se nos dice que el califa ordenó primeramente que Muḥammad b. Hāšim al-Tuŷibī abandonara Zaragoza acompañado de su familia y habitase en un pueblo fronterizo, mientras que sus parientes rebeldes de la ciudad debían salir de sus viviendas habituales e instalarse a cierta distancia. Tras un período de tiempo prudencial, y cuando Zaragoza se veía ya apaciguada, el califa dispuso que al-Tuŷībī se instalase en Córdoba durante un mes. Allí se comprometió a pagar impuestos, a no colaborar con los cristianos ni con los miembros de su familia que incurriesen en sublevaciones y, a cambio, fue nombrado gobernador vitalicio de Zaragoza con derecho a nombrar sucesor en el cargo. Para garantizar la palabra dada, ʿAbd al-Raḥmān III tomó como rehenes a varios parientes y personajes influyentes21. Dice Ibn Ḥayyān en la quinta parte del Muqtabis, en un fragmento que puede considerarse una joya para el tema que nos ocupa22:
“Como rehenes por sí propio y por el cumplimiento de las condiciones estipuladas dará a su hijo mayor, a su hermano Hudayl, al hijo mayor de su compañero, Maʿan b. Muḥammad, a uno de los dos hijos de Qāsim y al hijo de su secretario, Ibn al-ʿĀṣī, todos los cuales quedarán con an-Nāṣir, guardados y honrados, con amán de viajes, y estancias, pudiendo, si quiere, turnarlos a los 6 meses con sus iguales, especialmente hermanos, hasta que el califa le dispense de ello según su parecer cuando le sea patente su desentendimiento de toda connivencia con los infieles y su firme lealtad”.
El texto refleja, en primer lugar, la relevancia social de los personajes tomados como rehén; asimismo, el grado de parentesco cercano que poseían con los rebeldes a quienes se quería controlar; y, por último, deja constancia del método seguido por el califa23. Resulta especialmente interesante el hecho de que dejase sustituir unos rehenes por otros de igual rango en caso de que se considerase necesario, así como la posibilidad de otorgarles salvoconductos para permitirles cierta movilidad. En el apartado 3 de este artículo se hace un breve análisis de cómo debía ser la vida de los rehenes en Córdoba, pero este pasaje permite adelantar el tedio y las dificultades que debían padecer y que, en esta ocasión, el califa ʿAbd al-Raḥmān III estaba dispuesto a aliviar de alguna manera.
Al-Ḥakam II siguió la política de su padre en materia de toma de rehenes. La diferencia entre ambos califas radica en quiénes fueron los rehenes, ya que al-Ḥakam no tuvo que hacer prácticamente frente a rebeliones internas. Sus rehenes fueron familiares de los vencidos en sus conflictos con los šīʿíes del norte de África.
Por otro lado, no fue una política que él exportase fuera de al-Andalus, sino que era ya costumbre entre las tribus norteafricanas. Ibn Ḥayyān, refiriéndose a la dudosa intención de negociaciones de paz del šīʿí Ḥasan, afirma lo siguiente:
“Se contestó la carta en la que el šāḥib al-šurta Ibn Rumāḥis, los dos caídes que estaban con él en Tánger (Saʿd y Qaysar, mawlàs del Califa) y ʿAbd al-Raḥmān ibn Yūsuf ibn Armatīl, caíd en Arcila, dieron cuenta de la petición que les había sido formulada por el hereje Ḥasan de que se acercaran a él para iniciar conversaciones que le permitieran establecer la paz, excusarse de su falta y reintegrarse a la obediencia, después de asegurarse unos y otros con rehenes, como suelen hacer los politeístas con los musulmanes en ocasiones parecidas24”.
En otra ocasión se indica también que Ḥasan b. Gennūn iba tomando rehenes de las tribus locales que sometía para asegurarse la paz25. También afirma el cronista en una ocasión que este personaje se garantiza la lealtad de esos clanes porque tenía como rehenes a algunos de sus hijos26. Es sabido que ante el incumplimiento de lo pactado no había piedad con el rehén, aunque éste fuera todavía niño27. El intercambio de rehenes queda establecido, por tanto, como una costumbre universal.
Como habían hecho sus predecesores, al-Ḥakam II ordena tomar en prenda algún familiar que le garantice que las actas de capitulación firmadas por los vencidos no quedan en papel mojado. Su general Gālib b. ʿAbd al-Raḥmān le envía en el año 363 H./974 d.C., junto con el acta de capitulación de los dos señores de Fez, al hijo de uno de ellos como rehén28.
Aunque ya se había señalado que la mayoría de los rehenes eran miembros individuales de la familia del rebelde o un grupo pequeño de parientes, en algunas ocasiones se concede a toda la familia de un personaje un salvoconducto para residir en Córdoba. En estos casos los textos no hablan explícitamente de rehenes, pero, en la práctica, esas familias son rehenes del poder emiral o califal, aunque lo fueran con mayor o menor consciencia de ello.
Las mujeres no se sublevan contra el poder establecido y carecen por completo de capacidad militar, así que no son hechas rehenes individualmente ni tampoco se las toma como rehén individualmente para controlar a un pariente masculino29. Siempre es un familiar varón quien se convierte en rehén, aunque a veces sea todavía un niño. El motivo es evidente, la mujer reside siempre en el ámbito de una familia, en el harén, que es un espacio protegido. Consecuentemente, la mujer se traslada a Córdoba cuando lo hace toda la familia del rebelde. En estos casos, además, suele indicarse cómo son recibidos en su camino por algún personaje influyente de la corte, a veces un eunuco, y cuidadosamente custodiados hasta la capital30.
Como la toma de rehenes masculinos, este fenómeno también se produce desde época muy temprana. Por ejemplo, el emir al-Ḥakam I tuvo que hacer frente al comienzo de su reinado a los ataques de sus tíos paternos que pretendían el trono de al-Andalus. Tanto ʿAbd Allāh como Sulaymān, hijos del emir ʿAbd al-Raḥmān I, regresaron a la Península tras el fallecimiento de su hermano Hišām, con la esperanza de despojar a al-Ḥakam del emirato. Tras vencerlos, el emir al-Ḥakam concedió el amán a la familia de Sulaymān, que estaba en Zaragoza, y los “invitó” a residir en Córdoba (185 H./801 d.C.)31. Hemos de suponer que tanto el salvoconducto, como las pensiones que recibían para vivir, estaban condicionados a su permanencia en la capital y su lealtad al emir.
La vida de los rehenes en Córdoba
Otras cuestiones que, indudablemente, revisten también interés son las de cómo eran trasladados los rehenes y cómo era su residencia en la capital omeya.
En alguna ocasión, el cronista relata cuál era el procedimiento que se seguía tras la victoria antes del traslado a la capital del vencido. Cuando el rebelde bereber ʿUmar b. Muḍḍim al-Hatrūl es derrotado en el año 290 H./903 d.C., tras su sublevación en Jaén por Ibn Abī ʿAbda, uno de los generales principales del emir ʿAbd Allāh, solicitó el amán a través del general victorioso, que hizo de intermediario entre el emir y el rebelde. Una vez aceptada la concesión del salvoconducto, fue conducido a Córdoba32. Este texto muestra, por una parte, cómo el general asume el papel de diplomático por ser persona de confianza del soberano, y, por otra, que el perdón y traslado no eran automáticos, pues el amán podía ser libremente denegado.
Se sabe muy poco sobre la vida que hacían los rehenes durante el período en que permanecían retenidos. De los textos se entiende que no eran hechos prisioneros ni encerrados en cárceles, aunque siempre pendiese sobre sus cabezas la espada de Damocles de que el señor en rebeldía optase por proseguir sus correrías a pesar de todo, pues les habría puesto en una situación desesperada, tal y como se ha mostrado previamente con las menciones a sucesos de rehenes ajusticiados.
La obligación de los rehenes era permanecer en la ciudad, y según su importancia, en la corte del soberano, donde podían gozar de privilegios. En algunos casos, incluso de una vida lujosa. Tal y como se detalla, en tiempos de al-Ḥakam II en una fastuosa recepción ofrecida a los clanes del norte de África que se habían adherido a la causa omeya tras ser derrotados33:
“Con ellos fueron gentes que los condujeron a las casas que se les había destinado y en las que ya estaban alojadas sus mujeres. A su jefe Aḥmad ibn ʿĪsā ibn Guennun lo llevaron a la casa llamada de Muḥammad ibn Ṭarafa, fuera del cementerio de los Banū ʿĀmir y los Banī Badr. A su hermano lbrāhīm lo llevaron a la casa llamada de Saʿd, en el arrabal de la mezquita de Muʿta. A Maymūn lo llevaron a la casa llamada del waṣīf Ziyād, cerca de al-Magār. A los demás Banu Idrīs se les llevó asimismo a las casas que tenían preparadas dentro de la medina de Córdoba y en sus arrabales. Sus hombres, acompañantes, criados y secuaces fueron también aposentados allí en casas acomodadas a su condición. A todos se les fijaron pensiones que les bastaron y cubrieron con creces sus necesidades”.
Estos privilegios no implicaban, sin embargo, que los rehenes no corriesen riesgos. Ya se ha mencionado, por ejemplo, el rencor que debió de albergar Mūsā b. Ḏī l-Nūn después de haber permanecido en Córdoba como rehén, pero hay otras anécdotas que vienen a ilustrar también la idea de las dificultades que sufrieron algunos de estos cautivos.
Cuando el rey de la taifa de Sevilla, al-Muʿtaḍid era un niño, y todavía no sabía que un día iba a reinar, fue enviado a la corte ḥammudí de Málaga como rehén por su padre, el juez Muḥammad b. Ismāʿīl. Allí tuvo la desgracia de empujar mientras jugaba a un hijo de Yaḥyā b. Ḥammūd, que falleció en la caída34. El padre del menor, a pesar de la ira de la madre, quien deseaba que fuera castigado, lo perdonó y lo devolvió con su familia. ʿAbbād b. Muḥammad (el futuro al-Muʿtaḍid) podía haber perdido en aquella ocasión la vida como consecuencia de una imprudencia, pero fue perdonado y llegó a reinar. No sabremos nunca qué sentimiento impulsó ese perdón, si la misericordia o el temor a una represalia mayor del poderoso juez. Sabemos, a cambio, que la vida del rehén no siempre era fácil.
También está documentado un caso de descontento en la capital cordobesa y la consecuente huida del rehén. El episodio se refiere a uno de los hermanos Banū Hābil, Abū Karāma, quien, ya residiendo en Córdoba, huyó y suplicó al califa poder residir en la fortaleza de Margarita y su deseo le fue concedido35. Uno de los motivos de esta concesión pudo ser que los hermanos del fugado seguían todavía retenidos en Córdoba y, por tanto, bajo la supervisión del poder califal. Tanto era así, que dos hermanos suyos habían ingresado en el ejército y ambos fallecieron en combate. ʿUmar falleció en una campaña a Badajoz en el año 317 H./929 d.C. y ʿĀmir murió en la batalla de Alhándega o de Simancas (327 H./939 d.C.).
Los hermanos Banū Hābil no fueron los únicos rebeldes que una vez sometidos y forzados a residir en Córdoba ingresaron en el ejército. Este debió de ser el destino de gran parte de los rehenes, pues es lógico pensar que su formación militar debía resultar útil en las tropas califales. A pesar de esto, puede afirmarse que sólo tenemos noticias de su participación en el combate en los casos en que fallecieron luchando. Por ejemplo, ʿAbd al-Wahhāb b. Ŷaraŷ fue herido mortalmente cuando combatía en Alicante en la tropa del general Aḥmad b. Isḥāq al-Qurayšī36.
Para entender el valor que tenía el que estos personajes se enrolasen en las tropas omeyas hay que conocer el hecho de que, a mediados del siglo III H./IX d.C., el emir Muḥammad llevó a cabo una reforma administrativa que hacía voluntario el ingreso en el ŷund37. Este sultán permitió, y así se respetó desde entonces, que quienes no quisieran luchar pudieran pagar un impuesto que les eximía de esa obligación. Estos rehenes pertenecían a familias acomodadas y en la mayoría de los casos podrían haber pagado holgadamente esa tasa. Si no lo hicieron, pudo ser sólo por dos motivos: bien que voluntariamente quisieran servir al poder establecido contra el que previamente se habían levantado en armas; bien que no se aplicase sobre ellos esa ventaja administrativa y se les coaccionase de algún modo a compensar sus pecados previos.
Conclusiones
Estos relatos muestran que la permanencia en la capital era la única forma en que se controlaba desde el sultanato los posibles amagos de sublevación. Por otro lado, también dan fe de que los gobernantes tenían una política consciente y meditada de actuación con estos personajes, aunque fuera variando progresivamente en el tiempo.
Con la toma de rehenes el sultán evitaba la condena a muerte de un personaje generalmente influyente y con partidarios dispuestos a seguirle en su territorio. El emir o califa era sabedor de que el ajusticiamiento los habría convertido en mártires a los ojos de sus secuaces, y, por tanto, tenían la certera creencia de que el control de movimientos era más eficaz que la ejecución y evitaba la proliferación de rebeldes. Su retención en Córdoba, además, debía de suponer una cierta humillación para el vencido y servía para mostrar su debilidad ante quienes lo habían acompañado o seguido en la sublevación. Si el sultán conseguía su colaboración, ésta suponía una demostración pública del éxito militar y político del monarca. Esa colaboración, tal y como se ha mostrado a través de numerosas referencias, fue activa y algunos sublevados pasaron a formar parte de las filas del ejército califal.
Por último, y no menos importante, es muy posible que hubiese también una motivación de carácter material. Los perdonados eran siempre personajes reputados en sus regiones y que debían de gozar de bienes y holgados medios de subsistencia, pues conocemos otros personajes que sufrieron mucha peor suerte y fueron crucificados, que es la pena que se reservaba para la rebelión al poder establecido38. Con esta política de traslado a la capital, es muy posible que el califa obtuviese también el traslado a Córdoba de muchas de sus pertenencias, así como de las de otros personajes “nobles” que los acompañaban en su condición de rehenes. Sin duda la ciudad pudo beneficiarse de la llegada de rentas, bienes muebles y capital humano. Es imposible conocer qué incidencia demográfica pudo tener esta política, pero es una idea plausible que la mudanza a la ciudad de Córdoba de un personaje influyente tuviese consecuencias en el aumento de población y riquezas de la capital omeya, al tiempo que contribuyese a la despoblación y empobrecimiento de las regiones sublevadas.
Igualmente, y tal y como se ha hecho hincapié repetidamente en estas páginas, además de estas características estudiadas de la toma de rehenes, ha de tenerse en cuenta la diacronía del fenómeno. Puede afirmarse que hay una evolución temporal que va desde las primeras sofocaciones de revueltas del primer emir de al-Andalus, ʿAbd al-Raḥmān I, que no toma rehenes, sino que procede a ajusticiar directamente a los rebeldes39, pasando por las tomas de rehenes intermitentes y temporales de sus sucesores, hasta que el primer califa, ʿAbd al-Raḥmān III, impone esta costumbre como una política sistemática e, indudablemente, efectiva, pues consigue por primera vez pacificar la inmensa extensión del territorio andalusí. Su hijo al-Ḥakam II prácticamente no conoce la rebeldía en tierras peninsulares y los conflictos se desplazan al norte de África en el último tercio del siglo IV H./X d.C. Tal y como ilustra la séptima parte del Muqtabis, Córdoba ya no es en ese período un lugar para rehenes andalusíes – todavía los hay norteafricanos –, sino una corte opulenta que recibe embajadas extranjeras con solemnidad oriental o que refugia enemigos de los combatientes de las tribus africanas siempre que proclamen su lealtad al califa omeya. Cabe llamar la atención sobre el hecho de que la importancia de los rehenes que residían en su corte era tal, que estaban incluidos entre los personajes que asistían a recepciones protocolarias que celebraba el califa40.
Aunque, sin duda, hubo otras causas en la pacificación de al-Andalus por parte del califa ʿAbd al-Raḥmān, la política de traslados y rehenes fue significativa y debe ser puesta en valor dentro del proceso de consolidación territorial durante el califato.
El mismo Ibn Ḥayyān marca una diferencia en su relato entre el reinado de ʿAbd al-Raḥmān III y el de su abuelo. Éste se había mostrado débil para acabar con las sublevaciones que el historiador califica repetidamente de fitna, sedición, consciente de que eran luchas intestinas internas en la mayoría de los casos entre musulmanes. También se había mostrado débil en la actuación diplomática tras la derrota de los sublevados. El cronista señala que ʿAbd al-Raḥmān III fue capaz de llevarlos por las buenas o por la fuerza por el buen camino41 y, lo que es más relevante, se trató de una estrategia que aplicó sin excepciones, evitando derramamientos de sangre posteriores, pero sin que ninguno recibiera el perdón que les permitiese regresar a sus hogares.
La conclusión final que se extrae de esta y otras maneras de actuar de los gobernantes omeyas, a la hora de reprimir sublevaciones o ejecutar sentencias, es que la violencia no se aplicaba de forma arbitraria e indiscriminada. Como ya se ha señalado en otras ocasiones, existía una jerarquización en los castigos que dependía del momento en que se producían, pero también muy especialmente del personaje que debía ser castigado. El trato a los vencidos se caracterizaba por el pragmatismo, especialmente cuando el personaje a quien se quería aplicar el castigo era poderoso o influyente42 y, consecuentemente también peligroso. Todos los rehenes documentados son miembros de familias nobles sublevadas en regiones alejadas de la capital, a quienes no se quería aplicar una sentencia más dolorosa por causas estratégicas. Es más, Ibn Ḥayyān deja constancia en cada caso de quién era el rehén, no sólo haciendo alusión a su grado de parentesco, sino dando su nombre en caso de conocerlo. Los rehenes son, pues, personajes también relevantes, tanto en su cautiverio, como en el caso de ser ajusticiados. Son las piezas claves en el puzle de las relaciones diplomáticas y militares.
Fuentes
- Crego Gómez, M. (2007): “La jornada del foso de Toledo según Ibn Faḍl Allāh al-ʿUmarī. Edición y traducción”, Al-Andalus-Magreb, 14, 269-275.
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Notes
- Este artículo se ha llevado a cabo dentro del proyecto de investigación “Género, familia y esclavitud: el estatus social del esclavo en la estructuración de las familias musulmanas” (PID2019-110663RB-100), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
- Ibn Ḥayyān, ed. Makkī 2003, 127v-128r/p. 128, donde cita a ʿIsā b. Aḥmad al-Rāzī.
- Sobre Ibn Ḥayyān y su obra, véase García Gómez 1946; Viguera 1988b; Molina 1980; Ávila Navarro 1984; Molina s. f.; Mohedano Barceló 2004.
- Sobre al-Ḥakam I véase Lévi-Provençal 1957, 91-128. Sobre la relación de este emir con sus concubinas, Puente (en curso).
- Sobre el significado de la violencia contra el harén de un varón, véase Marín 2000, 682.
- Molina 2008.
- Diccionario de la Real Academia Española, s. f., s. v. “rehén”.
- Ibn Ḥayyān, ed. Makkī 2003, 91v-92r/p. 104 (Ibn Ḥayyān, trad. Corriente & Makkī 2001, 26).
- Los episodios sobre los actos violentos de al-Ḥakam I son sobradamente conocidos, véase por ejemplo sobre la Jornada del Foso de Toledo Crego Gómez 2007, o sobre la Revuelta del Arrabal de Córdoba Al-Mulk. Anuario de estudios arabistas, II Época, no 16 (2018), dedicado íntegramente a este tema.
- Ibn Ḥayyān, ed. Makkī 1973, 380.
- Véase toda la narración en Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 18.
- Ibid. Cabe mencionar que los Banū Ḏī l-Nūn se convertirían con el tiempo en señores de la taifa toledana.
- Ibid., 20.
- Ibid., 29.
- Ibid., 22.
- Ibid., 31.
- Ibid., 24; Ibn ʿIḏārī al-Marrākushī, ed. Colin & Lévi-Provençal 1951, 135.
- Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 11 (sobre el rebelde ibid., 9-11).
- Puede verse numerosos ejemplos en Ibn Ḥayyān, ed. Chalmeta, Corriente & Sobh 1979, 58-59, 90, 92, 100 (Ibn Ḥayyān, trad. Viguera & Corriente 1981, 76-77, 112, 114, 123). En este último caso toma como rehenes a sobrinos y parientes por no tener el rebelde hijos.
- Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 26; Ibn ʿIḏārī, Bayān II, p. 136 (reed. Colin-Levi Provençal).
- Fierro 2005, 63-4, que sólo menciona la toma de rehenes en esta ocasión, nombra sólo dos de ellos.
- Ibn Ḥayyān, ed. Chalmeta, Corriente & Sobh 1979, 276 (Ibn Ḥayyān, trad. Viguera & Corriente 1981, 304).
- En otro episodio se narra como el señor de Huesca también deja a su hijo como rehén, Ibn Ḥayyān, ed. Chalmeta, Corriente & Sobh 1979, 307 (Ibn Ḥayyān, trad. Viguera & Corriente 1981, 341).
- Ibn Ḥayyān, ed. al-Hāŷŷī 1965, 55v (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 124).
- Ibid., 89 v (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 188).
- Ibid., 74r (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 158).
- Véase ejemplos de esto en Ibn Ḥayyān, ed. Chalmeta, Corriente & Sobh 1979, 90 y 172 (Ibn Ḥayyān, trad. Viguera & Corriente 1981, 112 y 197).
- Ibn Ḥayyān, ed. al-Hāŷŷī 1965, 26v-27v. (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 212-213). Véase también ibid.., 29v. (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 217) donde el general envía una carta similar al califa junto a un grupo de rehenes.
- La violencia contra el harén de un hombre está bien documentada en las crónicas andalusíes y supone una enorme humillación para el varón cuyo harén es atacado, Marín 2000, 684.
- Puente 2003, 159-60.
- Ibn Ḥayyān, ed. Makkī 2003, 90r/p. 99 (Ibn Ḥayyān, trad. Corriente & Makkī 2001, 21).
- Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 25.
- Ibn Ḥayyān, ed. al-Hāŷŷī 1965, 111v-112r (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 241).
- Ibn ʿAskar – Ibn Hamīs, Aʿlām Mālaqa, nº 110.
- Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 27; Lévi-Provençal & García Gómez, ed. 1950, 7.
- Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 32.
- Ibn Ḥayyān, ed. Makkī 1973, 270-273.
- Sobre el castigo establecido por la justicia para los rebeldes, véase Serrano 2008.
- Viguera 1988a, 64-65, donde relata cómo los rebeldes musulmanes de Zaragoza son ajusticiados en el año 782. Estas sentencias de muerte resultaron poco útiles porque los descendientes de las víctimas volvieron a sublevarse en tiempos de Hišām I. Asimismo otros rebeldes vencidos por ʿAbd al-Raḥmānn I o por su hijo Hišām murieron presos en Córdoba, lo cual parece indicar que fueron conducidos allí como prisioneros y no como rehenes: Id., 67.
- Ibn Ḥayyān, ed. al-Hāŷŷī 1965, 71r (Ibn Ḥayyān, trad. García Gómez 1967, 153). Sobre el protocolo de la corte de al-Ḥakam, véase Barceló 1997.
- Ibn Ḥayyān, ed. Martínez Antuña 1937, 33.
- Molina 2008, 528; Puente 2008, 345-346.